24.1.07

EGO TE EXPULSO

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MI PUEBLO

Suenan las campanas
por la mañana , pronto.
Siega la guadaña
y si hace sol, es lógico,
que al vibrar del gong ,
se han de soltar los locos.
Así es mi pueblo en verano,
con vega, fruta y rameras,
con río , puente y malezas,
así es un mundo roto.

GARGANTUA

El Gargantúa, boca grande,
al primer envite embiste.
Ya toquen pan o tortas,
cualquier bobada vale,
para ignorancia en ristre,
soltar la idea o chiste,
que de simplona explota.

EGO TE EXPULSO

Expulsó al demonio del poseído,
escuchó el rugido de los infiernos,
así como la voz de varios cientos,
que gritaban nombres desconocidos.

Jugó las bazas fuertes con su misal,
enjugó las incontables lágrimas,
con el pasar de selectas páginas,
y el agua bendita de conjurar.

Recorrió caminos en los abismos,
se enfrentó allí donde anidaba el mal,
dibujó la cruz y haciendo signos,

descubrió que todo era ya normal:
el ordenador tenía su viejo brillo,
al haber pulsado sup, control y alt.
(yo tengo un mac, pero rima mejor en pc)

HOMBRES DE PAZ

Sesenta y mil presos hay,
en las mazmorras de España,
¿Se tienen que fijar hoy
en tal perfecta alimaña?.

De uno entre miles han dado,
con el más vil de la gruta,
su indulto piden sin fin,
legiones de hijos de puta.

Aunque parezca mentira,
hay muchos presos mejores,
que cometieron errores,
y están enfermos de Sida.
¿y tiene que ser él,
por no tomar comida?

Si no quiere alimento,
¡vaya preocupación!:
Se irá volando al infierno,
y así habrá hueco en prisión.
(Muérete De Juana)



SIC TRANSIT GLORIA MUNDI
Los vientos de la gloria vienen y van,
los que ayer brillaban,
los que el timón llevaban,
hoy pesan nada.
Son la mirada del pasado, cansado y sin alma,
son el fantasma.

Fue la agonía de un gigante,
el desespero de de aquel,
que habiendo sido fiel,
fue traicionado.

Fue el viento de los tiempos,
el que desgarra la ilusión,
aquella que anida en quienes son,
los olvidados.

Cantaron épicos poemas en su día,
sobre el gran hombre,
sobre su porte,
y sólo queda,
¡quien lo diría!
La fría noche que diluye el recuerdo,
de un hombre que fue el primero,
en darse cuenta de que era un sueño.

11.1.07

TINIEBLAS REALES

edip


Era un ángel de siete años con la sonrisa iluminando la estancia. Sus padres, recostados en el sofá, disfrutaban de una velada con un invitado especial, de la realeza, mientras su hijita cantaba: "el señor Matiiiias, tiene el pelo caaaano, y lleva en las maaaanos, una oreja fríiiiia,". Todos mueven la cabeza al son de la melodía de la niña.
"La han salido cueeeenos, le ha salido raaaabo, y tiene los oooojos, de un rojo encaaarnaaado".
La abuela, despertada de su siesta, penetró en la sala y estornudó.
-¡Atchis! -
- Jesú - dijo la niña.
El padre se levantó lívido de ira y de un bofetón estampó a su hija contra la pared.
- ¡Blasfema!, ¿No te hemos enseñado educación?. Los Hijos de Lucifer no nombramos al Benigno.
- Se lo habrá escuchado a algún compañero de colegio, no seas tan duro - dijo la madre.
El padre, negando con la cabeza y mesándose los cabellos contestó:
- Se empieza por poco y para cuando queremos darnos cuenta nos hemos convertido en herejes. - mirando a su invitado en busca de aprobación.

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Tenía los ojos como dos grandes lunas. Su mirada ingenua resplandecía al sonreír. Parecía venerar cada momento del día y los acontecimientos cotidianos se presentaban a su vista como un maravilloso milagro.
En la casa de su abuelo, junto al acantilado, Clara crecía feliz a pesar de su temprana orfandad. Jugaba con los amiguitos del pueblo. Corrían junto a los arroyos y cuando las niñas se reunían a solas, emulaban la vida con sus muñecas y aquellos juegos que completaban la realidad.
No recordaba a sus padres, su primera imagen es la del abuelo dándole gachas. Entre pequeños destellos, estaban los ecos e imágenes de su tutor construyendo los muebles de su cuarto. El abuelo, el mejor ebanista de todas las aldeas del Cantábrico, derrochaba amor y atenciones para hacer feliz a su nieta
"Asesino", le gritaba la muchedumbre que se lo vino a llevar. "Mal nacido, así te atragantes con el garrote", le escupían a la cara. Los alguaciles lo arrastraban por sus brazos, sin esforzarse mucho en protegerle de los improperios e inmundicias que le arrojaban.
Como todo lo que sucede rápido, con el tiempo se convierte en un impreciso mal sueño. Se acabaría dudando de que fuera verdad, de no ser por que la realidad hace acto de presencia de forma cruel e inapelable. Para una niña de nueve años, el mundo se había vuelto inexplicable de golpe.

Aún se notaba la polvareda del furgón que se había llevado a Andrés, su abuelo; quien fue su padre y su madre. Ante sí, un matrimonio emperifollado y viva estampa de lo repipi, la observaban como quien se detiene ante un carro de fruta volcado.
- Hola Clara - le dijo el señor.
Clara estaba hipnotizada por las enormes patillas terminadas en bola y unos mostachos que sólo había visto en el forzudo del circo ambulante , que en ocasiones, se dejaba caer por la aldea.
- Soy Francisca, la hermana de tu madre. A partir de ahora vivirás con nosotros. - Lo que parecía sonrisa, le recordaba a Clara la expresión que había visto en las culebras antes de tragarse un ratón. Todo de un bocado y sin masticar.
En el viaje a Madrid, durante horas, la desconocida pareja hablaba de temas incomprensibles y distantes. Clara era un fardo más del equipaje entre seres ausentes.
La puerta del edificio que nunca sería su hogar tenía un portero con librea. Aunque el uniforme era inmaculado, su tez estaba marcada por el descuido y la ruindad que alguna vez había visto entre los habituales de las tabernas de su pueblo. Cuando se cruzaban con alguno así, su abuelo le apretaba del brazo invitándola a no mirar a la cara a esas personas. Esa misma reacción tuvo nada más entrar en el inmenso portal.
La vivienda era grande y contaba con servicio. Francisca y su marido, el procurador Don Timoteo Rivera de Quesada, volvieron a percatarse de la presencia de la niña.
- ¡Eduarda! - grito la señora.
Una sirvienta con el rostro avinagrado acudió a la llamada.
- Señora...
- Eduarda, llévate a la niña a su habitación, dale algo de cenar y que se acueste. La pobre estará cansada. - Añadiendo esto último con fingida ternura.

Su habitación era anodina e impersonal. Una camita decente, una jofaina y palangana para el aseo y una mesa de noche con un quinqué con más posibilidades de crear sórdidas sombras que de alegrar la estancia.
- Señorita Clara, debe usted descansar muy bien, mañana le espera un largo viaje hacia su colegio.
Clara no se entristeció demasiado al saber que la iban a internar en un desconocido centro educativo; ¡ como hubiera deseado volver a la escuela de su pueblo!. Desde que vio a sus nuevos tutores sabía que no albergaban el más mínimo afecto hacia ella. No podía dormir y fue en busca del retrete. Oyó a sus tíos conversar en la sala de estar. El natural curioso de los niños la obligó a escuchar. Su ingenuidad le impedía notar que su silueta se transparentaba en la cristalera de la puerta. No obstante, a sus nuevos "padres", parecía darles igual advertirlo o no.
- Le das a nuestra hija demasiados caprichos, Fernanda. Seguro que si se despierta y ve a Clara no quiere que la enviemos al colegio. - comentaba don Timoteo con el timbre solemne que acostumbraba a usar en el casino.
- Siempre te estás quejando, Timo, pero ... ¿ quién se encarga de entretener a tu madre cuando vienen a jugar a las cartas sus amigas?. Pues servidora... ¡Toda la tarde aguantando al gallinero!.

Clara perdió interés por la discusión. Tras abrir dos armarios de utensilios varios, encontró el excusado. Durmió de un tirón, los acontecimientos que habían entrado en su vida la habían despojado de sus fuerzas.
- Arriba- graznó Eduarda, cara de vinagre, abriendo de par en par las ventanas.
Le ayudó a vestirse con un uniforme de colegio que le iba estrecho y la tomó de la mano para llevársela.
- ¿Donde están los tíos? - preguntó por curiosidad.
Eduarda enarcó las cejas y la miró con desdén.
- Los señores tienen una agenda muy ocupada. Deberías besar el suelo que pisan por lo que hacen por ti... niña.

En el portal, el mezquino individuo con librea del día anterior sonreía con sus dientes picados. El coche de punto que le esperaba era negro azabache, como una diligencia mortuoria. Buenos designios si no fueran malos.

A la altura de Aranjuez tomó consciencia de su situación. Una niña huérfana, querida por nadie, camino de un colegio lleno de extraños. Por primera vez desde que viera como se llevaban a su abuelo, rompió a llorar. No dejaba de ser extraño que su dolor estuviera amortiguado con cierta sensación de distancia, como si hubieran pasado años y no menos de dos días.
Era de noche al arribar al caserón. En cualquier caso, el terreno que había dentro del recinto vallado tenía un fantasmagórico abandono. La maleza crecía por doquier con un desorden, que de no ser fruto de la naturaleza, sería pues, consecuencia de un extravagante diseño. Al abrirse los portones, el cochero que la había acompañado se fue igual que había venido; sin decir una sola palabra.
- Buenas noches, señorita - Una versión calva del portero con librea le invitaba a pasar. La bujía que sostenía daba tonos anaranjados a un recibidor sin muebles y de piedra. En un último intento de saborear el aire libre, Clara volvió la vista atrás. Por el serpenteante e inhóspito camino que llevaba a la casona, se veía una hilera de coches de punto aproximándose. Sus faroles conferían al conjunto la forma de una oruga triste y agónica.
- Por aquí.. - Le guiaba el falso ujier por corredores desangelados. Por un sólo instante y en una bifurcación, Clara vio una gran estancia, de tamaño palaciego y adornada con preciosas arañas de cristal en el techo. Estaba llena de gente elegante disfrutando de lo que pudiera ser una apacible velada. Fueron unos segundos, pues el señor calvo la impelía a seguirle.
- Su habitación señorita -
Clara notó como la habían empujado sobre un camastro destartalado. Los barrotes de su ventana no dejaban lugar a dudas, estaba en una celda.
Recordando lo que había ocurrido se percató de que se había subido al carruaje dando por supuesto que sería el que la llevaría al colegio. Estaba convencida de que la habían secuestrado.
Lo que no acababa de comprender era la razón. Todavía se hizo todo más extraño cuando se iban sucediendo los días, las semanas, y Dios sabe cuanto tiempo y nada cambiaba. Le daban dos malas comidas al día y el frío no dejaba que durmiera sin despertarse constantemente. Una mañana descubrió un brote de sangre espumosa tras un ataque de tos. Se consumía por la fiebre y estaba aterrorizada.
- Esta niña está ardiendo - comentaba una dura voz femenina.
Clara abrió los ojos y vio a una señora que rondaba la cincuentena cuchicheando con el hombre calvo.
La llevaron en volandas y le dieron un baño de agua tibia para que le bajara la fiebre.
- Es un regalo muy especial, no la podemos fastidiar. Tendrá que aguantar hasta esta noche, por lo menos.
La dejaron sola en un cuarto de baño que recordaba a un hospital; todo blanco, y tan pulcro como amenazante. Al bajarle la fiebre recuperó parte de sus fuerzas. Sólo tenía una cosa en mente, escapar de allí como fuera e intentar llegar a casa de sus tutores. No la querían, pero la pobre tampoco tenía otro lugar al que ir. Seguramente llevarían semanas buscándola al enterarse de que nunca llegó al colegio.
Sacando fuerzas de flaqueza se encaramó en la bañera y salió corriendo por el largo pasillo. Fue abriendo puertas e ignoró los gritos que se oían tras de ella. Pasó por una cocina y tropezó con un fardo que había en el suelo. Instintivamente levantó un lado del saco y pudo ver el cerúleo cuerpo sin vida de una niña no mucho mayor que ella. Vomitó lo poco que tenía en el estómago y volvió a su carrera al notar como se aproximaban sus perseguidores.
Salió a campo abierto y tal como Dios la trajo al mundo por una puerta de servicio. Cruzó zarzales y espinos trepando por la colina. Se le encogió el corazón al escuchar a los perros que se afanaban en su busca.
El sol mañanero hería su vista cuando llegó al camino. Allí estaba una carreta cargada de forraje. El conductor orinaba en el camino y no se dio cuenta de contaba con un desnudo e indefenso polizón.
Con el traqueteo, el cansancio, el inoportuno bacilo de koch que habitaba su cuerpo y el terror, se derrumbó en un pesado sueño.

Debía ser por la tarde cuando la carreta se detuvo. Tenía frío y apenas se oían ruidos. Por entre el forraje, su cerebro captó notas de reconocimiento. ¡Dios misericordioso!, estaba en Madrid, estaba en la puerta de su casa. Por un momento fugaz se solapó la idea de "esta no es tu casa, es la de tus tíos".
Saltó del carro justo cuando comenzaba a ponerse en movimiento.
- ¿Dónde vas? - le dijo el portero con librea mientras Clara se le colaba por debajo de sus piernas.
Subió las escaleras como loca. La puerta de casa de don Timoteo Rivera de Quesada estaba abierta por que Eduarda había subido al trastero. Penetró como una exhalación en la vivienda, justo para oír a su airado tío no sé qué de "... nos hemos convertido en herejes".
- ¡Vaya don Timoteo! , ¿ahora son entregas a domicilio?, pensé que tendría que recoger su regalo más allá de Aranjuez. - dijo divertido el Augusto invitado del procurador.



PD: Vale, acaba mal , pero también los sufimientos del angelito. Además, el Augusto invitado también murió de tuberculosis en 1885.

De un manuscrito apócrifo ( por si acaso ) encontrado en una casa de putas frecuentada por Notables y muy altos Notables, entre Pinto y Valdemoro.