29.8.05

DIAS DE VERANO


El trigo está verde. En el pueblo la viejas salen de la sombra camino de la plaza, ha llegado el camión del pan. Leopoldo Tejedor corretea solo e idiotizado con el mantra infantil: “baaa, brum, baa, brum “. Es el sol, es ese sol de principios de verano que cuando te da en el cogote te embota el cerebro.
Su padre, Juliancete, es el dueño del bar. A la madre le falta un ojo, se dice que por un porrazo fruto de los celos. Ahora ya no zorrea, ahora es fea.
Leopoldo tiene muchos amigos, pero son amigos por interés. Se hace de vez en cuando con una botella de vino y se van a la casucha abandonada junto al río a beber. Es delicioso emborracharse con diez años, no tiene nada que ver con los adultos. Quién no lo ha probado no lo sabe. Es droga dura, alucinas de verdad, ves puntos y la euforia invade tu ser como nada que pudieras imaginar. Tiene su explicación: la infancia feliz no existe.
Olvidamos la mayoría de las cosas que nos ocurrieron de críos. El tiempo en aquellos años transcurre de forma diferente. Todo es mucho más lento y está plagado de problemas. Los niños no son felices, el que más o el que menos ha experimentado el horror. En realidad es muy parecido a la muerte. Me refiero a que aquellos niños que fuimos han muerto. Realmente eran otras personas, por que sí, recordamos cosas, pero todas juntas apenas suman una colección de episodios mal hilvanados para una pésima teleserie. Bueno, no es tan terrible, también ocurre ahora. ¿Cuántas cosas somos capaces de recordar de lo que hicimos ayer?. En fin, que me voy por los cerros.
Leopoldo ha suspendido todas, por ello tendrá que pasarse el verano ayudando en el bar. La verdad es que le ocurre siempre, por lo que no conoce otra cosa.
-¡Mujer, tráenos dos chatos para mi y Segundo que tenemos que hablar de negocios!. - grita Juliancete a su querida esposa.
Isidora, la tuerta, se los lleva a la mesa mirando los vasos como si contuvieran cianuro, pero a lo sumo llevan un escupitajo. Les sonríe a ambos, pero la mirada de odio disfrazada de mueca es para su marido. Es una sonrisa amplia, que se vean bien los huecos de los dientes que le faltan.
- ¿El chico estará en el almacén? - pregunta Juliancete.
- No, se ha ido con los amigos a jugar a las eras.
- ¡Tu estás tonta!, el crío tiene que estar en el bar. ¡Que hay trabajo!. Cuando cumpla los catorce que deje la escuela y una de dos, o ayuda en el bar o lo metemos en la obra en la ciudad.
Segundo aprueba la hombría de Juliancete. Su mujer también miraba con ojos de cordera a Marcial, pero como las perras las tiene la familia de ella no pudo desahogarse a gusto.
- Ya sabes Juliancete - le comenta Segundo - mañana nos vamos a cazar con Gonzalo. Sí, es torpe, pero tiene suerte y siempre encontramos jabalíes cuando vamos con él.
- No se, a mi me dan ganas de volarle la sesera como a Marcial.
- ¡Chist!, ten cuidado, joder - le dice en voz baja - que ese tema está olvidado y salimos con bien.
- Ya, pero me revientan sus humos y su suerte. Todos sabemos que es el más tonto del pueblo, pero no sólo se libró de aquella peritonitis que debía haberlo matado, si no que hizo magisterio y ahora vive como un marqués. Buen sueldo, no dar ni golpe y todo el puto verano por aquí.

Leopoldo llega a casa borracho, su padre le está esperando en calzoncillos y con la correa en la mano. Nada más entrar por la puerta y sin mediar palabra le sacude en los morros partiendole el labio.
- ¡Para que te vayas caliente desgració!. Te he dicho que tienes que trabajar todas las tardes y tu no te vas por ahí.
Leopoldo se marea por la sangre y vomita todo el vino.
- ¿Así que has bebido vino?. Yo te voy a dar vino. Juliancete baja al bar a por una garrafa de cinco litros y un embudo. Cuando sube coge a su hijo y le incrusta el embudo en la boca. Le obliga a tragar varios litros que acaba expulsando entre toses y espasmos.

A las seis de la mañana se reúnen los cazadores. Segundo tiene un Land Rover destartalado con olor a cabra, pero no deja de tener su encanto. Además no hay otro.
Cuando llegan al monte Gonzalo no se une al ritual de tomarse una ginebra con moscatel. Segundo y Juliancete se miran con complicidad.
- Gonzalo - pregunta Segundo - ¿Como se dice cacho puta en francés?.
- Segundo, Segundo, no cambias. Vamos para arriba que presiento que va a ser un día de cojones. Hoy “chuju,chuju”, nos cobraremos buenas piezas.
Todavía hay poca luz y sin darse cuenta se separan. Entre unos matorrales, a juliancete le parece ver las orejas de una liebre. No hay que pensarselo y dispara con las postas de jabalí. Se oye un alarido que no es otro que el tonto de Gonzalo.
En su estupor no acierta con el español y grita en francés:
- ¡C´est ne pa posible!, c´est ne pa posible!.
- ¿Qué hacías en cuclillas entre los matorrales atontao? - pregunta entre el susto y el gozo Juliancete.
Pronto se da cuenta de que estaba cagando. “De casa se sale cagao y meao”, le viene a la mente. Por fin se acerca corriendo Segundo.
- ¡Coño!, ¿Qué le ha pasado a Gonzalo en los huevos?. ¡Qué horror!, ¡qué estropicio!.
- Nada, que le confundí los cojones con las orejas de una liebre. Tranquilo Gonzalo que es menos de lo que parece.

Se lo llevan corriendo al hospital de la capital. Parece ser que no perderá los dos. Eso es lo que dice el médico. En cualquier caso los andares de oso se le quedarán de por vida.
Cuando Juliancete llega a casa pregunta por el chico. Su madre dice que está en la cama muy indispuesto. Hay que ser tajante con la gandulería, el padre sube a la habitación del borrachín y le saca arrastras camino del bar. Hay trabajo y el va a estar muy ocupando contando a sus amigos lo de Gonzalo.
La parroquia babea de placer con la noticia. La verdad es que todo el pueblo le tiene ganas a ese maestrucho de francés. ¿Quién se habrá creído que es?.

El Domingo por la tarde, por fin, se le permite a Leopoldo ir a jugar con sus amigos. Luisito, uno de los más brutos del pueblo tiene petardos. Se lo pasan bomba asustando a las chicas en la plaza. Están todos allí por que va a haber verbena. Además, la comisión de fiestas ofrece melocotón con vino.
Leopoldo está otra vez ciego, una vez superada la indisposición, el grato recuerdo de la embriaguez “controlada”, le lleva a tomarse unos cuantos vasos.
- Ponle este petardo detrás a Miguelín - le dice Luisito a Leopoldo -, verás que susto se mete.
Leopoldo, por congraciarse con el grupo, por mala leche, o por cualquier razón que nos lleva a emprender según que cosas, lo hace. Enciende el petardo en el banco que está al lado de Miguelín. La mala suerte hace que el niño decida sentarse justo encima. El gritó es descomunal y toda la plaza se gira en un primer momento hacia el chavalín herido. Las razones del universo son insondables, pero todo el mundo sabe que ha sido Leopoldo, la presión de los ojos acusadores le abruma.
- ¡Cómo sangra! - dice la hermana de Miguelín.
- Ha sido sin querer, sólo quería asustarle - balbucea un pálido Leopoldo.
- Cuando te pille mi padre te matará - le responde la niña con una frialdad acojonante.
Miguelín es hijo del albañil del pueblo. Los brazos de su padre tienen el grosor de un muslo y se comenta que es capaz de lanzar una rueda de tractor a cinco metros.
Gonzalo, más o menos recuperado del percance de la liebre, decide pasar aquella tarde de Domingo en el monte. Antes había ido al bar, pero el ambiente de cachondeo a su costa le convence de marcharse de allí. Cuando ya está anocheciendo
se encuentra en el bosque a Leopoldo. El pobre, fruto del pánico, había huido del pueblo para esconderse en el bosque. El miedo a que el padre de Miguelín le matara a hostias era enorme y al ver a un tío con andares de oso casi se lo hace encima. Cuando por fin reconoce a Gonzalo se tranquiliza un poco, pero es un personaje que siempre le ha parecido inquietante.
El alcohol hace que Leopoldo pierda la noción del tiempo. Es una sensación agradable y desasosegante a la vez; como un dejà vú prolongado. En una de esas elipsis estaba, al parecer hablando con Gonzalo, cuando al “huevos de liebre” le da un tirón en los puntos de su herida que le hace llevarse las manos a la entrepierna de forma obscena. Casualidad de casualidades que en ese momento se encuentran de morros a la patrulla que había salido en busca de Leopoldo. Estaban todos: su padre, su madre, el padre de Miguelín, medio pueblo y la Guardia Civil.
Por breves instantes la cara de Gonzalo es el reflejo de la muerte. Que te vean en el bosque con la mano en los bajos y acompañado de un niño no es de lo más recomendable. Gonzalo no sabía la razón de la huida de Leopoldo y empezaba a pensar cualquier cosa, incluido el linchamiento público. Sin embargo, la concurrencia no lo tiene en cuenta.
- Leopoldo, - dice el padre de Miguelín - sabemos lo que ha pasado.
Al oír esto Gonzalo cree morir.
- Tienes que afrontar las cosas como un hombre, no hay que huir - prosigue con aire condescendiente -. Ves, a Miguelín no le ha ocurrido nada grave y nos has asustado a todo el pueblo con tu desaparición. Pensábamos que ibas a hacer cualquier tontería y te hemos buscado por todas partes. ¡Incluso hemos tenido que llamar a la Benemérita!.
- Son chiquilladas - comenta la tía Remedios.
El padre de Leopoldo sonríe de forma beatífica, pero el ojo experto del muchacho puede entrever un peligro mayor que el del albañil en su cara. ¡Ya verás cuando lleguemos a casa!, dicen sus ojos.
- Te tiran los puntos, ¿eh, Gonzalo? - comenta el cabo de la Guardia Civil.
Todo el pueblo está enterado de su percance y por ello no hubo segundas interpretaciones. Gonzalo lanza un suspiro de satisfacción, como el del reo indultado en el último momento.

Cuando la familia de Leopoldo llega a casa, cuya planta baja es el bar, no se desencadena ninguna bronca. No, Juliancete no es en el fondo un padre magnánimo ni nada de eso, simplemente le cae gordo el albañil y por esa lógica interna tan castiza, también Miguelín.
- Hijo, ya ha pasado todo, son cosas de críos. Si yo te contará a tu edad...
Nada, sientate ahí a ver la tele mientras yo termino de recoger.
- Casi prefiero ir al almacén a terminar de ordenar unas cosas - responde con aire convincente Leopoldo.
- ¡Aun haremos un hombre del chaval! - piensa el padre.
- ¡Para sentarme llevo el culo! - piensa el hijo.

24.8.05

GENESIS DEL DISPARATE




El camino está lleno de fantasmas. Diego nunca había sentido tanto pánico, ni siquiera cuando su padre amenazó con deshollarlo. En el zurrón le queda algo de queso, que junto al vino de la bota, es un bálsamo de tranquilidad. Se sienta en un tronco de un antaño orgulloso roble, con la luna llena iluminando su pitanza. Tras consumir unos pocos bocados y varios y enormes tragos se encuentra mejor. No tiene ni idea de a que distancia estará el pueblo, pero calcula que a tres horas de marcha. Probablemente llegue con el amanecer.
Cuando decide ponerse en pie, escucha un ruido en el bosque que linda con su ruta. Se le aparece la triste figura de Andrea. Es la niña muerta que se cayó al pozo de su aldea hace tres años. Sus ojos negros tienen ahora un brillo dorado y su piel es como porcelana brillante. Diego se siente morir por el espanto, pero ni su cuerpo muere, ni la presencia desaparece. Ha vuelto a caerse sobre el tronco al flojearle la piernas y la niña se le acerca hasta situarse frente a él. Es superior a sus fuerzas y al creer notar su mano se desmaya.

Despierta completamente amodorrado y sudoroso. Apenas hay luz pero se hace a la idea de que está en una habitación pequeña y de piedra similar a la de su pueblo. Cuando por fin se incorpora, reconoce que su habitáculo es una celda. Un hombre de aspecto extraño y con un desconcertante uniforme le mira con desinterés. Seguramente le toman por un Carlista huido.
- Yo he sido tambor del ejercito Alfonsino en el 73, pero al traicionarnos el Coronel Bérriz, muchos nos quedamos colgados. No tenemos la culpa de que cambiara de bando.
El guardián pone cara de interés burlesco. Asiente con la cabeza y le guiña un ojo al compañero que acaba de entrar. Diego se desespera.
- ¡Es verdad!. Mi familia si es Carlista, pero es culpa del cura que les hace chantaje con el infierno. No he podido volver a Roncal desde entonces. Ahora que nuestro Rey , el buen Alfonso XII, ha vuelto a entrar en Estella, esperaba poder regresar a mi casa. Tal vez se le hayan pasado los humos al cura. ¡Viva Cánovas!, ¡Viva el Rey Alfonso!. ¡Por Dios, no soy un desertor!, ¡ soy un desgraciado !. Creanme, en el pueblo y para disgusto de mi padre, me apodaban “ el liberalurra “
Las carcajadas de los guardias le hacen estremecer. Cuando por fin hablan entre ellos, su acento le sorprende.
- ¿Pues parece que perdió la bola el “gallego”? - comenta el del bigote.
- Como mi vecina, no más. - replica el gordo cual bisonte.
- No se preocupe usted - continúa dirigiendose a Diego, el presidente Juarez le dará audiencia a su Excelencia.
Más carcajadas. Diego no entiende nada.

A la mañana siguiente le sobresalta el ruido diabólico que emerge de un rectángulo que sujeta el gordo del bigote
"- El presidente Fox se ha reunido con Alvaro Uribe para departir sobre la cooperación Mejico-Colombia en relación a las exportaciones de...-"
- ¡Jefe! - dice el guardia bigotudo - hemos encontrado a un crío en el mismo lugar que al chalado este. Lleva ropas muy parecidas, para mi que se han escapado de un psiquiátrico cuando hacían teatro.
Meten al crío en la misma celda que a Diego. El chaval tiene un brillo extraño en los ojos y eso le confirma que debe de estar en una casa de locos. De hecho el no tiene que estar muy allá debido a las extrañas cosas que ha visto y oído. ¿Qué narices hace en Méjico? - se pregunta.
Casualmente, el guardia bigotudo es vecino de Jon Larramendi, cuyo abuelo les contaba de pequeños historias antiguas de su madre patria. Al parecer, el abuelo del abuelo había combatido en las guerras Carlistas de España. Nunca tuvo un gran interés por la historia, y menos la de España, apenas conoce la de Méjico. De todos modos, cuando era chico, le encandilaban las gestas que cantaban al valor del Capitán Aurelio Larramendi, el más valiente y leal de Su Majestad Carlos VII.
Por tocar las narices, se acerca a la pareja de cafeteras.
- Bueno, así que tu te llamas Diego y eres seguidor de Alfonso XII. ¿Y tu pequeño, qué papel representas?, sería divertido que fueras Carlista.
El muchachito, que había estado adormilado desde que llegó, se gira con odio hacia Diego. No cabe duda, está encerrado en una estancia diabólica junto a un Alfonsino, enemigo mortal de la tradición, los Fueros y la Ley Antigua.
El Sargento del puesto de policía de El Milagro, en la frontera con Arizona, se cansa del espectáculo y tras acariciarse el barrigón, recuerda que su oronda persona necesita una buena dosis de frijoles.
Pasadas las horas y por romper el hielo, el joven Diego se dirige al niño de los ojos vidriosos y enfermizos al que calcula diez o doce años de edad.
- ¿Como te llamas ? - acierta a preguntar.
La cara de la criatura pasa del odio al asombro y acto seguido de vuelta al odio. Ha reconocido el acento vascongado de su interlocutor, por lo que su traición a la causa Carlista es doble.
- Me llamo Sabino y los traidores como tú hicieron que tuviéramos que huir unos años a Francia. Gentuza como tú denuncio a mi padre, Santiago Arana, por traficar con armas para la Causa. - escupe en el suelo y le da la espalda.
- Bueno chico, si te digo la verdad, a mi la política me da asco. - intenta congraciarse con Sabino, pero su frívolo comentario sólo consigue aumentar la indignación del Carlista impenitente.

Después de dos días sin dirigirse la palabra, el Sargento abre la celda. Como no son "espaldas mojadas", ni nada que le pueda reportar ningún beneficio, ha decidido soltar a su suerte a la pareja de trastornados. No tiene ganas de llamar a los Servicios Sociales por el crío ni de meterse en gestiones para la que no le pagan lo suficiente. ¿Cómo no va a haber corrupción?. ¿algún gobierno del mundo civilizado paga tan mal a sus servidores públicos como Méjico?. " Si, ahorita me vuelvo diligente y trabajador por los míseros pesos que me pagan, no te jode. " - piensa don Barriga.
Cuando los meten en el cuatro por cuatro apenas se asustan de ese ferrocarril sin railes ya que están muy obnubilados para asombrarse. En el caso de Diego es normal, después del fantasma de Andrea cualquier cosa es posible. El crío debe ser más raro que las circunstancias, por lo que se adapta bien. Llegados a un descampado, a cientotreinta kilómetros del puesto de policía, los abandonan allí. Sólo hay desierto y más desierto. Como durmieron durante el viaje no tienen ni idea de la ruta que les ha llevado hasta ese lugar. No saben que el Sargento no quiere líos y los ha dejado en el desierto de Arizona para que , con un poco de suerte, se coman el marrón y el rompecabezas de esos tipos tan raros, la policía gringa.
- Bueno Sabino, estamos perdidos, así que elige una dirección para caminar que a falta de datos cualquiera es buena.
Caminan bajo un sol abrasador y Sabino Arana se pregunta si todo esto no será un castigo. El Padre Zárate, un Jesuita como Dios manda y de los más respetados de Orduña, se lo avisó:
"- Niños, cada vez que os tocáis Jesús llora, pero recordad, si no soy yo el que os da una Hostia, Dios nuestro señor os dará dos. "
Y aquí está, con un traidor liberal, caminando por la antítesis de sus colinas Vizcaínas. Castigo de Dios.
- ¿Cómo es que te tomas tan en serio la causa Carlista siendo tan crío?.
- Los traidores y los cobardes no podéis entenderlo, poco a poco vais a llevar a España camino de los Sin Dios. Eso nos dice el Padre Zárate, uno de los más respetados de Orduña - responde con su catecismo.
- A tu pueblo me dirigía yo antes de que nos pasara esto, curioso -piensa Diego - . Bueno, pero para estar de parte de Dios - le suelta al niño -, no os ayuda mucho, vais de de derrota en derrota.
Por parecer digno, Sabinito, en vez de rabia finge asco.
- El Padre Zárate dice que los hombres sin principios no son hombres, son gusanos. - aprieta sus puños para no dejar escapar su odio.
A Diego, el calor y el niñato de tan altos pensamientos le están empezando a tocar los cojones. Pensó que se libro de toda esa mierda cuando desertó del Regimiento de Bérriz. Como luego éste Coronel se pasó a los Carlistas, se alegró de que su expediente militar no quedara muy claro: ser desertor no es buena cosa de cara a la ley; al menos para los Don Nadies. Otros hijo putas con influencias pueden disfrazarlo de cualquier tipo de "honrosos principios" o lo que sea.
- Vamos a ver Sabino, habéis llevado a España a tres guerras civiles en lo que va de Siglo y habéis perdido las tres. - piensa maliciosamente y añade:
- Eso sólo puede significar una cosa y es que Dios no está con vosotros.
Sabino no puede ocultar su furia.
- ¡Eres un cerdo liberal de mierda!. El Rey Carlos podría haber llevado a España al lugar que le corresponde en la historia. Se nos están desmandando las colonias por culpa de traicionar a Cristo Rey.
- ¡ Habéis perdido la tres, cara de culo!. ¡Sois unos patanes engreídos destinados al fracaso!.
- ¡ No es verdad! - Los ojos de Arana están a punto de salirse de sus órbitas.
- Habéis perdido las tres guerras - dice Diego con suavidad pero con toda la mala hostia reconcentrada de la que puede hacer acopio.
- Por que los buenos españoles nos han traicionado, si todos fueran tan dignos como los Vizcaínos no perderíamos.
- Por lo uno, por lo otro... Excusas que ocultan vuestra incompetencia. Sois el ejercito del fracaso. Vosotros sois los representantes de la España mas rancia, conservadora y patriotera que insulta a la vista e inteligencia de cualquiera con sentido común.
Por la comisuras de los labios de Sabino asoma espuma con hilillos de sangre tras haberse mordido la lengua.
- ¡ Eres un ser repugnante, parece mentira que seas Euscaldún!, pero claro, como no eres Vizcaíno, difícilmente puedes ser buen español. - a pesar de todo mantiene la compostura.
De pura mala sangre, Diego se carcajea de forma siniestra.
- ¡Criatura!, España os ha dado la espalda. Si de verdad fuerais la esencia de los valores patrios no habríais perdido tres guerras. ¡Habéis perdido las tres! - se ensaña sin piedad - ¡Habéis perdido las tres!, patrioteros de mierda, que os envolvéis en la bandera de España y la queréis hacer vuestra con vuestra puta tradición y puta moral. ¡Eres peor que el cura de mi pueblo!. - más conciliador añade - . Puede que no sea culpa tuya, conociendo como son algunos iluminados con sotana, seguro que ese Padre Zárate os revuelve la sesera.
Pero Sabino está más alla del arco iris. La humillación ha sido demasiado fuerte para asimilarla de forma consciente. En su mente resuena:
"Habéis perdido las tres... España os ha abandonado... Habéis perdido las tres... Dios no está con vosotros... ".
Es imposible aceptar que Dios abandone a los buenos patriotas. No es posible que hayan perdido tres guerras civiles españolas. El sol parece desdoblarse formando formas extrañas. Por momentos se convierte en un gran asterisco. No, ellos, los Vizcaínos, no han perdido tres guerras civiles españolas. Ahora lo ve claro, no han podido perder tres guerras civiles españolas por que no son españoles. ¿Cómo ha podido estar tan ciego ?. El primer día Dios creo Vizcaya y se hizo la luz. Así fue, no son españoles y como no lo son, aquellos sucesos trágicos, esas derrotas que sólo afectan a los perdedores y a los sin Dios no tuvieron lugar. Vizcaya fue la primera creación del mundo. Son distintos, tienen que serlo. Los Fueros son anteriores al código de Hammurabi y el paraíso terrenal no estaba entre el Tigris y el Éufrates. Todo el mundo sabe que sus campos eran regados por el divino Bidasoa.
El desierto se desvanece y el amanecer sorprende a Diego y Sabino en el viejo roble caído. La luz del sol les permite ver en la lejanía a la santa Villa de Orduña. Diego se siente culpable y quiere reconciliarse con Sabino.
- Chico, no te tomes en serio todo lo que te he dicho. Convendrás que después de las cosas absurdas que nos han ocurrido no hay que tomarse ni a la política ni al mundo tan en serio.
Pero Sabino no le escucha, está dibujando asteriscos en el suelo.
- ¡Vamos hombre!, lo que quiero decir es que no hay que hacer del españolismo el centro del universo. Yo también soy español pero no me envuelvo en la bandera todas las mañanas. Y lo de la guerra, pues nada, unas veces se pierde y otras se gana. Habéis perdido tres, igual mañana ganáis cuatro. - intenta razonar con delicadeza.
Sabino despierta de su ensoñación.
- Nosotros los Vizcaínos no hemos perdido ninguna guerra, eso son cosa de los españoles. - le sonríe con un ojo mirando a Venus y otro a Marte.
- ¿Cómo?, me he debido perder algún capitulo de la novela. ¿No eras tu un Carlista convencido de los verdaderos valores de España, Dios, tradición, Fueros...
- Yo soy Vizcaíno, patria fundada por Cristo Rey mucho antes de que la sucia España existiera.
- Esto... - finalmente decide no decir nada. Esta claro que la extraña experiencia que han sufrido los dos ha sido demasiado para el pequeño.
- ¡Cuidado! - grita Sabino.
- ¿Qué pasa?, se sobresalta Diego.
- Estas pisando la bandera de Vizcaya.
Al levantar la bota, ve uno de los asteriscos que de forma compulsiva dibujaba Arana en el suelo. Definitivamente se le ha ido la olla. Diego se pregunta sin el chaval en cuestión podría ser el nuevo gurú de una secta en el futuro. Se regodea con la idea, por que le cuesta imaginar que las ocurrencias descabelladas y calenturientas del niño pudieran calar en algún lugar de España.
Y nada menos que en Vizcaya, tierra de rancio españolismo conservador donde se se envuelven en la bandera española y predican con horror los vicios del liberalismo. ¡Qué tontería!, en la tierra donde hay más salva-patrias por kilometro cuadrado de toda España, allí donde se rivaliza con Asturias en la génesis de nuestro país, sería imposible que semejante disparate pudiera calar.
Pobre crío, si sigue soltando esas ideas que le han producido la insolación será el hazmerreír de Vizcaya y no su nuevo profeta. Eso si no se gana una buena paliza, ¡con lo fanáticos y nacionalistas celosos de una españolidad atrabiliaria que son los Carlistas!.
A lo lejos se oye la voz del Padre Zárate.
- ¡Sabino!, ven aquí que llevamos horas buscandote. Dios que cara tienes, pareces enfermo. ¿Y quién es este señor?. ¿No será usted un liberal? - como quien pregunta por Lucifer.

19.8.05

ABSURDO



El parque está tranquilo. La ardilla trepa por el pino más claudicante y viejo del lugar. En su boca lleva un ratón muerto hacia su cubil. Nadie se ha dado cuenta, pero no hay frutos secos. Nadie se ha dado cuenta, pero el pequeño roedor no tiene palas: tiene colmillos.
Martín Salgado se sienta en su banco. A sus ochenta años no está para permitir que el primer agarracosas o jodeplanes que venga se lo quite. Por el caminito ve pasar a los niños, a las niñas, a las señoras, a las parejas, a los gilís... ¿ He cagado está mañana ? - se pregunta -. Dos personajillos corren echando el bofe disfrazados de Jane Fonda, incluso llevan cintas en la cabeza. El tema no es ese. Hay algo que tiene que recordar, además es importante. Las nubes adquieren formas extravagantes, monstruosas. Una se parece a una llave inglesa; no tiene sentido.
Cuando se levantó de la cama notó que el suelo estaba caliente, es primavera y no tiene la calefacción puesta; y menos a esas horas. ¡Ahora recuerda!. - Tengo que ir a hablar con el Alcalde, - se incorpora con el inevitable quejido de la edad - es imprescindible que me escuche.
Martín llega consigo mismo hasta la parada del 30. En la marquesina hay dos criaturas que tendrán entre doce y veinte años; en estos tiempos vete tu a saber. Le ignoran por completo mientras dan por culo en plan: - Dame la revista tío - dice lelo. - Ven aquí a cogerla. - intentando colarla en lo alto de la parada - responde el desgraciaó. La revista cae abierta a los pies de Martín. - Parece una teta - ríe en voz alta. Acto seguido recupera la compostura. Se acerca una señora de unos treinta años en cada pierna, seguida por lo que debe ser su marido. Ella lleva seis bolsas del Día repartidas en sus brazos. El se sacrifica con la responsabilidad de custodiar EL MARCA; pozo de ciencia y conocimiento para aquellos que ven amanecer.
Los niños se han sentado y no dejan sitio para la mujer porteadora. - ¡Putos tiempos! - se dice mecánicamente el señor Salgado. A pesar de su edad se encuentra bien de pié; con dos cojones. También influye que como ha perdido mucho peso últimamente, el Sacro-Coccix suele crujir cuando se apoya en sitios duros.
- Podíais hacerle un hueco a mi señora, maños.
- Estamos cansados - contesta el pilluelo que masca chicle como si fuera una vaca.
- No importa - dice ella -, el autobús está para llegar. - Deja la bolsa en el suelo y se palpa los riñones.
- Gentuza, namm , ta - rezonga el marido ejemplar.
Por fin aparece el transporte público. Los críos suben en tromba y el conductor mira con cara de mosqueo.- ¿Habrán utilizado el bonobús o me la han clavado otra vez? - se pregunta.
Martín Salgado enseña su carnet de pensionista - Gado, Sal-gado en misión especial - dice para sus adentros. Como todavía tiene reflejos, ni se cae al suelo, ni se le vuela la dentadura. - ¡Jódete autobusero!, piensa con razón.
- ¡Hay que ver que mal va este puto embrague!. Aquí quisiera ver yo al cabrón ese que grita: “ ¿no podemos ser más bruscos u que? “. - Medita el chófer con tan buenos argumentos como Mr. Salgado. No hay contratiempos, sólo un moro enfrente suyo que le mira raro. Cuando llegan a la última parada de Paseo Independencia se baja despacito. Hay que tener cuidado con el bordillo, alguien se ha meado justo ahí , ergo hay riesgo de resbalar.
- ¡Soy SIDA!, ¡soy SIDA! - dice un elegante señor con barba chechena, picado de viruelas, sin dientes y vestido con un chandal de ejercito.
- ¿Qué coño dice?. Joven, no le entiendo. - A Martín Salgado casi se le sale la hernia del susto.
- ¡Sarcoma de Kapossi ! - se remanga el pantalón para que todo el universo lo vea. - ¡Una ayuda,señor, una ayuda!.
- ¡Leñe que soy pensionista!, vaya al médico, tiene la pierna hecha un asco. - Sigue caminando. Suelen abandonar a sus presas fácilmente. Si, ya le va con la película a esos mormones de al lado.
Falta muy poco para llegar a la Plaza del Pilar. El Ayuntamiento está a tiro de piedra.
En el consistorio hay mucho ruido, da dolor de cabeza. En una de las ventanillas, Begoña se encarga de atender al público en lugar de Javier, - total si te tienes que ir vete. Ya me quedo yo esta última media hora.
- ¡Buenos días señorita!. - Martín da palmaditas en el mostrador.
- ¡Buenos días caballero!. En que podemos ayudarle.
- Si, esto... Quiero hablar con Juan Alberto. -¡Qué fácil!, piensa.
- ¿Cómo dice ?. - ¡Lo sabía!, una y no más Javier, una y no más (se dice Begoña).
- Si mujer, que vengo a hablar con el primer Edil. - Chúpate esa remilgada, piensa el superabuelo.
En el reflejo del cristal ve un gran cagarro de buitre sobre su hombro. Más parece un huevo frito reseco o la deyección de un hipotético hipopótamo volante.
- ¡Joda!, eso es lo que miraba el moro de los cojones, claro, no va a ser mi abultada cartera - reflexiona.
- Y bien señorita...
- Mire, eso no se lo podemos solucionar aquí - mira por encima de su hombro y le hace una seña al siguiente de la cola - . Además el Alcalde está inaugurando no se qué en Huesca, ha salido en el Telearagón. ¡El próximo por favor!.
Todos le ignoran, le avasallan. Le han sacado de la cola. ¡Imbéciles!, no se merecen las molestias que se está tomando, no se la merecen. Mientras estos pensamientos recorren su camino por sus neuronas, y cuando camina hacia la Plaza Pilareña, un transeúnte vestido con andrajos, uno de los mas emblemáticos de la maña capital, sonríe.
- ¡Tu!, tu también lo sabes - Balbi sujeta por el brazo a un desconcertado Martín Salgado. Durante unos segundos , los paseantes miran con curiosidad la escena, pero como ocurre en las grandes ciudades, la cosa pierde interés en segundos.
- Me hace daño, ¿qué quiere?.
- Tu lo sabes, tu lo sabes. Ayer te vi. Si, - sus ojos se salen de las órbitas - en el Huerva. Ya sabes, todo eso de las ratas... - La sonrisa de de Balbi es una preciosidad amarillo-verdosa.
- ¡Ya me acuerdo!, usted estaba en el Puente de los Gitanos, con lo pintas esos y su perro. ¿Porqué me siguió?. - instintivamente se lleva la mano a la cartera.
- ¡Qué seguir!. ¡Qué cojones!. ¡Yo tengo ahí mis cosas, bajo el puente!. - durante un instante parece que su indignación va a volverse violenta. En seguida se tranquiliza. - Tío, tu lo sabes, - dice con voz calma - casi no había bebido vino, pero si no hubieras estado ahí, pensaría que eran cosas mías. Tu lo sabes, tu sabes de que va esto y yo te puedo ayudar. Tiene que ver con Dios , ¿verdad?.
Martín Salgado se encuentra mejor, más sosegado. En cierta forma encuentra la situación divertida.
- ¿Cómo se llama usted, caballero?. - Esta vez es él quien le sujeta el brazo.
- El Balbi, soy el Balbi. Se acerca el Juicio, ya sabes, Jesús... - su cara es infantil.
- Señor Balbi. Soy exprofesor de matemáticas de la Universidad y además agnóstico. No le de más vueltas a lo que vio: fue el vino. Me voy, tengo que intentar ponerme en contacto con las autoridades.
Se aleja del desolado Balbi. Se ha hecho tarde y hay que volver a casa. Una cosa ha sacado en claro: ¿Cómo se le ocurre y así, sin más , a intentar hablar con el Alcalde?. Tiene que coger sus apuntes, tiene que explicar las cosas con calma y argumentos científicos. ¿En qué estaba pensando?. Le habrían tomado por un Balbi cualquiera. Menos mal que la booorde del Ayuntamiento no le ha dejado pasar de la puerta.
Es ya la hora de comer, su nieta Matilde habrá hecho la comida. Con el estómago lleno se piensa mejor. Conforme se acerca a su destino, Martín Salgado ve como el cielo cambia de color. Es demasiado tarde, el absurdo se desencadena a su paso, e incluso vuelve a escupir sangre como hace unas semanas. Fue cuando decidió ir a ver a los hechiceros. Ellos le dijeron que se quedara en la Tribu Grande para paliar los efectos de los espíritus.

- Hemos avisado a la familia, al parecer el viejo tenia metástasis en el cerebro por un cancer de pulmón. Lo encontraron en Paseo Independencia tirado. Llevaba horas muerto. ¡Qué país!, te ven en el suelo y nadie mueve un dedo. ¿Verdad Carlos?.
Carlos no está, el forense, que se ha dignado a venir tras su reunión trans-plutónnica, se lo esta merendando mientras lo sujeta con uno de sus innumerables brazos metálicos.

14.8.05

COSAS


EN EL ASILO

Damisela linda de la falda breve,
alza bien el vuelo y que yo te vea,
susurrar cariño a los que esperan
un soplo de aire que tu ropa eleve.

Que se incline el sol ante tus trenzas,
que callen todos , por favor, silencio.
El universo es al final tu esencia:
explosión de luz y admirar tu sexo.

PLEITOS TENGAS Y LOS GANES
Cuenta el sapo que la avispa,
en el bosque de la araña,
le pico con tanta saña
que se le nubló la vista.

¿Y como fue ? - le dijo calmo -,
el buen Juez escarabajo,
- No me cuesta trabajo -
respondió con sumo encanto.

- Salía yo de mi charca,
camino del bosquecillo,
cuando noté un hormiguillo,
en la base de mi panza.

- Bostecé de puro hambriento
y la tonta entró en mi boca,
allí se puso como loca,
y me pico sin miramientos -.

El buen Juez queda contento,
- solo resta alguna duda:
después de la picadura,
¿y la avispa?, ¿y su cuerpo?.

- Ahora que lo pienso,
- dice el sapo sonriente -,
no es pa tanto el incidente,
¡olvidemos el evento.!

DE TENEBRIS ( “ De inmobilari regnum “)
¡Canto constante infernal!
que desde del Averno clamas,
a los mortales calma ,
y a tus leales: más.
Has de llevarte a la cama,
al ignorante pardillo,
nómina en el bolsillo,
en la hipoteca final.

DE PROFUNDIS
Brillan tus ojos cerrados,
con la luz del demonio,
con la ira y el odio,
refulgentes e hinchados,
a través de tus párpados.

MERCENARIOS DEL INFIERNO

En el cruce de caminos,
donde llegan los llamados
por el coro condenado
de los antiguos enemigos,
se mezclan las verdades,
con los cuentos populares
transmitidos por los siglos.

Los fantasmas aguerridos
de los que antaño fueron,
en la guerra los primeros,
se reúnen afligidos:
ya no son los elegidos
para blandir el acero,
contra trasgos o bandidos,
con el cuchillo y el fuego.

- Como ya estamos muertos,
no nos quieren bien.
Dicen que damos miedo,
¿te lo puedes creer ?.

10.8.05

POLTERGEIST


No habitamos en metrópolis heréticas. Vivimos en las cavernas. Tenemos la piel curtida por la incansable inclemencia del tiempo. En los arroyos turbios obtenemos la energía motora para desarrollar miasmas con que atormentar al mundo. Abogamos por la destrucción del bienestar y tranquilidad humana. Como tenemos garras, desgarramos, como olemos mal, atufamos y como somos feos, os asustamos. Invadimos también los sueños. Nos encanta reventar los viajes oníricos húmedos, en los que cuando el primo de turno va a tocar el cielo, le sorprende el careto del hombre del tiempo. Somos los encargados de acabar con el papel higiénico en casa ajena cuando sufres apretón. Somos los responsables de estropear la cisterna y que se salga el agua hasta el salón, donde espera sonriente tu novia con tu futuro suegro.
Hay rumores que nos achacan los accidentes de tráfico, el hambre en el mundo o el ataque agudo de almorranas. Eso son infundios, nosotros apenas creamos cosas, bueno sí, algunas sí, pero la mayoría de las veces sólo manejamos situaciones. Es un futuro que le espera a aquellos elegidos que opten por la transcendencia cómica en lugar de la simpleza o el olvido. Unos pocos podrán llegar a ser espíritus burlones, emisarios de Murphy o efluvios de gafe. El resto serán almas en pena, tan sólo escuchadas en aburridas psicofonías de estudiantes indolentes.
Con una pluma ectoplásmica te haremos cosquillas en la nariz cuando vayas a la entrevista de trabajo. Fluidificaremos tu nariz para que dos velas adornen tus morros.Te provocaremos descomposición cuando te encuentres ante la persona anhelada. Tus tripas sonarán como un tren expreso. Te daremos el golpe del olvido cuando sea imprescindible que te lleves las llaves y te haremos llegar segundos después de que se vaya el autobús.


Es la Ciudad de las Ciencias y las Artes. Un lugar bello e interesante con sol, playa y gente. En la Avenida Fernando el Católico, perdón, “Ferran el Catolic”, esperamos. En la marquesina de la parada hay un anuncio que nos promete la felicidad si comemos Pizza Sombrero. Llega el transporte público derrapando, una dentadura postiza vuela por la ventana.
- ¿Cuánto es ? - pregunto, sólo pregunto.
- Naf dag oleg.
- ¿Perdón?
- Un euro, ¡joder! - aerolíneas buen rollo le desea buen viaje.
- Tome.
- No tengo por que cambiar más de diez Euros. - me informa el buen hombre, puesto que yo le he dado cinco.
Me encuentro viejo y me se siento en un asiento libre sin chicle, ja, jo. La aceleración de tres ges no me pilla por sorpresa, logro agarrarme el escroto antes de que la inercia lo aplaste.
- Sócrates - dice una voz de suficiencia - , fue condenado por corromper la moral de los jóvenes, y es que siempre ha habido fascistas jodiendo al personal.
- ¡Vaya!, un profesor alternativo dándole la brasa a su novia. - pienso.
- Pitágoras inventó la escala musical, pero la SGAE quiso cobrales derechos de autor y tuvo que emigrar a San Petersburgo.
Me giro discretamente, el susodicho esta justo detrás de mi, por lo que no logro verle, y a su lado hay una señora de sesenta años que con cara de circunstancias mira por la ventanilla con cara de rezar el rosario. Vamos, que el tío está hablando solo.
“ Próxima parada: Avenida del Puerto”, anuncia en Suajili una voz pregrabada.
- Avenida del puerto - comenta con acento docto el ilustre pasajero que está a mi espalda - , aquí vivían unas bacterias , las cuales al morir, dieron lugar a los Valencianos. De ahí el nombre de Avenida del muerto que después por una deriva puritana pasó a llamarse del puerto.
El tío sigue desvariando en voz alta mientras el autobús se va llenando de peña.
Una jovencita con tetitas pin, pin, ceñidas por un top amarillo y con un culito enfundado en un pantaloncito corto de color negro pone cara de desprecio y superioridad absoluta. Esta agarrada a una barra con aire cosmopolita y experimentado, ya que lleva una mochilita muy chic. A su lado un matrimonio joven la observa. Bueno, realmente la observa él, su mujer mira con inmenso odio la cara de lelo de su marido.
- ¡Voy a tener una erección !, - grita con fuerza el profesor cafetera.
- ¡La del culo negro me va a provocar una erección!, como las Cariátides o el Partenón, como el Coloso de Rodas o el Erectión. - insiste el cabrón, insiste.
Aunque el personal pone cara de nadie, tanto la ninfa como medio autobús, miran en mi dirección. La voz no sale de mi, sale detrás de mi. Menos mal que el tío sigue largando y pueden comprobar el origen de la sabia diatriba que han escuchado.
- Ya no hay españoles en Valencia - vuelve a tomar el tono didáctico - , por ejemplo, a mi derecha hay dos negros. Pueden ser Nigerianos, Angoleños, Senegaleses, Bantúes, Hutus, Tutsis o incluso Bosquimanos. Detrás de mi están sentados lo que en términos coloquiales llamaríamos Gabachus Gabos, una especie de ornitorrinco francés cruzado con gato persa.
- ¿Hay algún español aquí ? - pregunta a los viajeros - . Nadie contesta - prosigue - ergo yo soy el único. Esa señora gorda con sombrero debe se de Chequia, el conductor es marciano y la damisela que está a mi lado es un espíritu errante, puesto que me ignora por completo. Observen a Doña Angustias como le sujeta el brazo a su marido para que no me parta la cara. Hace bien, no sabe con quién se la están jugando; podrían encontrase con la muerte.
Parece permanecer en silencio, pero noto una respiración a mi derecha, por el rabillo del ojo veo que es el lunático que me mira con fijeza. Y es que siempre me tienen que tocar a mi los raros.
En fin, llegamos al destino, recojo mi orinal de pedir y me bajo en el puerto.
- Una ayuda Damas y Caballeros, una ayuda para ir al Cielo.
Veo a una señorita preciosa de la que me enamoro al instante.
- Señorita, ¿Quiere casarse conmigo? - le digo con máxima educación.
- Tengo prisa - responde con la voz entrecortada. Se ha encandilado con mi persona. De hecho soy muy guapo y me he hecho moldes con chicle para tapar los dientes que me faltan.
Y es que es así como se hacen las cosas. Hay que ir de frente sin asustar al personal, preguntando y pidiendo permiso. Por eso, como la señorita me ha sonreído, lo cual significa “ si quiero “, la seguiré hasta su casa donde viviremos nuestra historia de amor. Olvidare los raros que siempre, siempre me acosan y me caen en gracia.