19.8.05

ABSURDO



El parque está tranquilo. La ardilla trepa por el pino más claudicante y viejo del lugar. En su boca lleva un ratón muerto hacia su cubil. Nadie se ha dado cuenta, pero no hay frutos secos. Nadie se ha dado cuenta, pero el pequeño roedor no tiene palas: tiene colmillos.
Martín Salgado se sienta en su banco. A sus ochenta años no está para permitir que el primer agarracosas o jodeplanes que venga se lo quite. Por el caminito ve pasar a los niños, a las niñas, a las señoras, a las parejas, a los gilís... ¿ He cagado está mañana ? - se pregunta -. Dos personajillos corren echando el bofe disfrazados de Jane Fonda, incluso llevan cintas en la cabeza. El tema no es ese. Hay algo que tiene que recordar, además es importante. Las nubes adquieren formas extravagantes, monstruosas. Una se parece a una llave inglesa; no tiene sentido.
Cuando se levantó de la cama notó que el suelo estaba caliente, es primavera y no tiene la calefacción puesta; y menos a esas horas. ¡Ahora recuerda!. - Tengo que ir a hablar con el Alcalde, - se incorpora con el inevitable quejido de la edad - es imprescindible que me escuche.
Martín llega consigo mismo hasta la parada del 30. En la marquesina hay dos criaturas que tendrán entre doce y veinte años; en estos tiempos vete tu a saber. Le ignoran por completo mientras dan por culo en plan: - Dame la revista tío - dice lelo. - Ven aquí a cogerla. - intentando colarla en lo alto de la parada - responde el desgraciaó. La revista cae abierta a los pies de Martín. - Parece una teta - ríe en voz alta. Acto seguido recupera la compostura. Se acerca una señora de unos treinta años en cada pierna, seguida por lo que debe ser su marido. Ella lleva seis bolsas del Día repartidas en sus brazos. El se sacrifica con la responsabilidad de custodiar EL MARCA; pozo de ciencia y conocimiento para aquellos que ven amanecer.
Los niños se han sentado y no dejan sitio para la mujer porteadora. - ¡Putos tiempos! - se dice mecánicamente el señor Salgado. A pesar de su edad se encuentra bien de pié; con dos cojones. También influye que como ha perdido mucho peso últimamente, el Sacro-Coccix suele crujir cuando se apoya en sitios duros.
- Podíais hacerle un hueco a mi señora, maños.
- Estamos cansados - contesta el pilluelo que masca chicle como si fuera una vaca.
- No importa - dice ella -, el autobús está para llegar. - Deja la bolsa en el suelo y se palpa los riñones.
- Gentuza, namm , ta - rezonga el marido ejemplar.
Por fin aparece el transporte público. Los críos suben en tromba y el conductor mira con cara de mosqueo.- ¿Habrán utilizado el bonobús o me la han clavado otra vez? - se pregunta.
Martín Salgado enseña su carnet de pensionista - Gado, Sal-gado en misión especial - dice para sus adentros. Como todavía tiene reflejos, ni se cae al suelo, ni se le vuela la dentadura. - ¡Jódete autobusero!, piensa con razón.
- ¡Hay que ver que mal va este puto embrague!. Aquí quisiera ver yo al cabrón ese que grita: “ ¿no podemos ser más bruscos u que? “. - Medita el chófer con tan buenos argumentos como Mr. Salgado. No hay contratiempos, sólo un moro enfrente suyo que le mira raro. Cuando llegan a la última parada de Paseo Independencia se baja despacito. Hay que tener cuidado con el bordillo, alguien se ha meado justo ahí , ergo hay riesgo de resbalar.
- ¡Soy SIDA!, ¡soy SIDA! - dice un elegante señor con barba chechena, picado de viruelas, sin dientes y vestido con un chandal de ejercito.
- ¿Qué coño dice?. Joven, no le entiendo. - A Martín Salgado casi se le sale la hernia del susto.
- ¡Sarcoma de Kapossi ! - se remanga el pantalón para que todo el universo lo vea. - ¡Una ayuda,señor, una ayuda!.
- ¡Leñe que soy pensionista!, vaya al médico, tiene la pierna hecha un asco. - Sigue caminando. Suelen abandonar a sus presas fácilmente. Si, ya le va con la película a esos mormones de al lado.
Falta muy poco para llegar a la Plaza del Pilar. El Ayuntamiento está a tiro de piedra.
En el consistorio hay mucho ruido, da dolor de cabeza. En una de las ventanillas, Begoña se encarga de atender al público en lugar de Javier, - total si te tienes que ir vete. Ya me quedo yo esta última media hora.
- ¡Buenos días señorita!. - Martín da palmaditas en el mostrador.
- ¡Buenos días caballero!. En que podemos ayudarle.
- Si, esto... Quiero hablar con Juan Alberto. -¡Qué fácil!, piensa.
- ¿Cómo dice ?. - ¡Lo sabía!, una y no más Javier, una y no más (se dice Begoña).
- Si mujer, que vengo a hablar con el primer Edil. - Chúpate esa remilgada, piensa el superabuelo.
En el reflejo del cristal ve un gran cagarro de buitre sobre su hombro. Más parece un huevo frito reseco o la deyección de un hipotético hipopótamo volante.
- ¡Joda!, eso es lo que miraba el moro de los cojones, claro, no va a ser mi abultada cartera - reflexiona.
- Y bien señorita...
- Mire, eso no se lo podemos solucionar aquí - mira por encima de su hombro y le hace una seña al siguiente de la cola - . Además el Alcalde está inaugurando no se qué en Huesca, ha salido en el Telearagón. ¡El próximo por favor!.
Todos le ignoran, le avasallan. Le han sacado de la cola. ¡Imbéciles!, no se merecen las molestias que se está tomando, no se la merecen. Mientras estos pensamientos recorren su camino por sus neuronas, y cuando camina hacia la Plaza Pilareña, un transeúnte vestido con andrajos, uno de los mas emblemáticos de la maña capital, sonríe.
- ¡Tu!, tu también lo sabes - Balbi sujeta por el brazo a un desconcertado Martín Salgado. Durante unos segundos , los paseantes miran con curiosidad la escena, pero como ocurre en las grandes ciudades, la cosa pierde interés en segundos.
- Me hace daño, ¿qué quiere?.
- Tu lo sabes, tu lo sabes. Ayer te vi. Si, - sus ojos se salen de las órbitas - en el Huerva. Ya sabes, todo eso de las ratas... - La sonrisa de de Balbi es una preciosidad amarillo-verdosa.
- ¡Ya me acuerdo!, usted estaba en el Puente de los Gitanos, con lo pintas esos y su perro. ¿Porqué me siguió?. - instintivamente se lleva la mano a la cartera.
- ¡Qué seguir!. ¡Qué cojones!. ¡Yo tengo ahí mis cosas, bajo el puente!. - durante un instante parece que su indignación va a volverse violenta. En seguida se tranquiliza. - Tío, tu lo sabes, - dice con voz calma - casi no había bebido vino, pero si no hubieras estado ahí, pensaría que eran cosas mías. Tu lo sabes, tu sabes de que va esto y yo te puedo ayudar. Tiene que ver con Dios , ¿verdad?.
Martín Salgado se encuentra mejor, más sosegado. En cierta forma encuentra la situación divertida.
- ¿Cómo se llama usted, caballero?. - Esta vez es él quien le sujeta el brazo.
- El Balbi, soy el Balbi. Se acerca el Juicio, ya sabes, Jesús... - su cara es infantil.
- Señor Balbi. Soy exprofesor de matemáticas de la Universidad y además agnóstico. No le de más vueltas a lo que vio: fue el vino. Me voy, tengo que intentar ponerme en contacto con las autoridades.
Se aleja del desolado Balbi. Se ha hecho tarde y hay que volver a casa. Una cosa ha sacado en claro: ¿Cómo se le ocurre y así, sin más , a intentar hablar con el Alcalde?. Tiene que coger sus apuntes, tiene que explicar las cosas con calma y argumentos científicos. ¿En qué estaba pensando?. Le habrían tomado por un Balbi cualquiera. Menos mal que la booorde del Ayuntamiento no le ha dejado pasar de la puerta.
Es ya la hora de comer, su nieta Matilde habrá hecho la comida. Con el estómago lleno se piensa mejor. Conforme se acerca a su destino, Martín Salgado ve como el cielo cambia de color. Es demasiado tarde, el absurdo se desencadena a su paso, e incluso vuelve a escupir sangre como hace unas semanas. Fue cuando decidió ir a ver a los hechiceros. Ellos le dijeron que se quedara en la Tribu Grande para paliar los efectos de los espíritus.

- Hemos avisado a la familia, al parecer el viejo tenia metástasis en el cerebro por un cancer de pulmón. Lo encontraron en Paseo Independencia tirado. Llevaba horas muerto. ¡Qué país!, te ven en el suelo y nadie mueve un dedo. ¿Verdad Carlos?.
Carlos no está, el forense, que se ha dignado a venir tras su reunión trans-plutónnica, se lo esta merendando mientras lo sujeta con uno de sus innumerables brazos metálicos.

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