29.8.05

DIAS DE VERANO


El trigo está verde. En el pueblo la viejas salen de la sombra camino de la plaza, ha llegado el camión del pan. Leopoldo Tejedor corretea solo e idiotizado con el mantra infantil: “baaa, brum, baa, brum “. Es el sol, es ese sol de principios de verano que cuando te da en el cogote te embota el cerebro.
Su padre, Juliancete, es el dueño del bar. A la madre le falta un ojo, se dice que por un porrazo fruto de los celos. Ahora ya no zorrea, ahora es fea.
Leopoldo tiene muchos amigos, pero son amigos por interés. Se hace de vez en cuando con una botella de vino y se van a la casucha abandonada junto al río a beber. Es delicioso emborracharse con diez años, no tiene nada que ver con los adultos. Quién no lo ha probado no lo sabe. Es droga dura, alucinas de verdad, ves puntos y la euforia invade tu ser como nada que pudieras imaginar. Tiene su explicación: la infancia feliz no existe.
Olvidamos la mayoría de las cosas que nos ocurrieron de críos. El tiempo en aquellos años transcurre de forma diferente. Todo es mucho más lento y está plagado de problemas. Los niños no son felices, el que más o el que menos ha experimentado el horror. En realidad es muy parecido a la muerte. Me refiero a que aquellos niños que fuimos han muerto. Realmente eran otras personas, por que sí, recordamos cosas, pero todas juntas apenas suman una colección de episodios mal hilvanados para una pésima teleserie. Bueno, no es tan terrible, también ocurre ahora. ¿Cuántas cosas somos capaces de recordar de lo que hicimos ayer?. En fin, que me voy por los cerros.
Leopoldo ha suspendido todas, por ello tendrá que pasarse el verano ayudando en el bar. La verdad es que le ocurre siempre, por lo que no conoce otra cosa.
-¡Mujer, tráenos dos chatos para mi y Segundo que tenemos que hablar de negocios!. - grita Juliancete a su querida esposa.
Isidora, la tuerta, se los lleva a la mesa mirando los vasos como si contuvieran cianuro, pero a lo sumo llevan un escupitajo. Les sonríe a ambos, pero la mirada de odio disfrazada de mueca es para su marido. Es una sonrisa amplia, que se vean bien los huecos de los dientes que le faltan.
- ¿El chico estará en el almacén? - pregunta Juliancete.
- No, se ha ido con los amigos a jugar a las eras.
- ¡Tu estás tonta!, el crío tiene que estar en el bar. ¡Que hay trabajo!. Cuando cumpla los catorce que deje la escuela y una de dos, o ayuda en el bar o lo metemos en la obra en la ciudad.
Segundo aprueba la hombría de Juliancete. Su mujer también miraba con ojos de cordera a Marcial, pero como las perras las tiene la familia de ella no pudo desahogarse a gusto.
- Ya sabes Juliancete - le comenta Segundo - mañana nos vamos a cazar con Gonzalo. Sí, es torpe, pero tiene suerte y siempre encontramos jabalíes cuando vamos con él.
- No se, a mi me dan ganas de volarle la sesera como a Marcial.
- ¡Chist!, ten cuidado, joder - le dice en voz baja - que ese tema está olvidado y salimos con bien.
- Ya, pero me revientan sus humos y su suerte. Todos sabemos que es el más tonto del pueblo, pero no sólo se libró de aquella peritonitis que debía haberlo matado, si no que hizo magisterio y ahora vive como un marqués. Buen sueldo, no dar ni golpe y todo el puto verano por aquí.

Leopoldo llega a casa borracho, su padre le está esperando en calzoncillos y con la correa en la mano. Nada más entrar por la puerta y sin mediar palabra le sacude en los morros partiendole el labio.
- ¡Para que te vayas caliente desgració!. Te he dicho que tienes que trabajar todas las tardes y tu no te vas por ahí.
Leopoldo se marea por la sangre y vomita todo el vino.
- ¿Así que has bebido vino?. Yo te voy a dar vino. Juliancete baja al bar a por una garrafa de cinco litros y un embudo. Cuando sube coge a su hijo y le incrusta el embudo en la boca. Le obliga a tragar varios litros que acaba expulsando entre toses y espasmos.

A las seis de la mañana se reúnen los cazadores. Segundo tiene un Land Rover destartalado con olor a cabra, pero no deja de tener su encanto. Además no hay otro.
Cuando llegan al monte Gonzalo no se une al ritual de tomarse una ginebra con moscatel. Segundo y Juliancete se miran con complicidad.
- Gonzalo - pregunta Segundo - ¿Como se dice cacho puta en francés?.
- Segundo, Segundo, no cambias. Vamos para arriba que presiento que va a ser un día de cojones. Hoy “chuju,chuju”, nos cobraremos buenas piezas.
Todavía hay poca luz y sin darse cuenta se separan. Entre unos matorrales, a juliancete le parece ver las orejas de una liebre. No hay que pensarselo y dispara con las postas de jabalí. Se oye un alarido que no es otro que el tonto de Gonzalo.
En su estupor no acierta con el español y grita en francés:
- ¡C´est ne pa posible!, c´est ne pa posible!.
- ¿Qué hacías en cuclillas entre los matorrales atontao? - pregunta entre el susto y el gozo Juliancete.
Pronto se da cuenta de que estaba cagando. “De casa se sale cagao y meao”, le viene a la mente. Por fin se acerca corriendo Segundo.
- ¡Coño!, ¿Qué le ha pasado a Gonzalo en los huevos?. ¡Qué horror!, ¡qué estropicio!.
- Nada, que le confundí los cojones con las orejas de una liebre. Tranquilo Gonzalo que es menos de lo que parece.

Se lo llevan corriendo al hospital de la capital. Parece ser que no perderá los dos. Eso es lo que dice el médico. En cualquier caso los andares de oso se le quedarán de por vida.
Cuando Juliancete llega a casa pregunta por el chico. Su madre dice que está en la cama muy indispuesto. Hay que ser tajante con la gandulería, el padre sube a la habitación del borrachín y le saca arrastras camino del bar. Hay trabajo y el va a estar muy ocupando contando a sus amigos lo de Gonzalo.
La parroquia babea de placer con la noticia. La verdad es que todo el pueblo le tiene ganas a ese maestrucho de francés. ¿Quién se habrá creído que es?.

El Domingo por la tarde, por fin, se le permite a Leopoldo ir a jugar con sus amigos. Luisito, uno de los más brutos del pueblo tiene petardos. Se lo pasan bomba asustando a las chicas en la plaza. Están todos allí por que va a haber verbena. Además, la comisión de fiestas ofrece melocotón con vino.
Leopoldo está otra vez ciego, una vez superada la indisposición, el grato recuerdo de la embriaguez “controlada”, le lleva a tomarse unos cuantos vasos.
- Ponle este petardo detrás a Miguelín - le dice Luisito a Leopoldo -, verás que susto se mete.
Leopoldo, por congraciarse con el grupo, por mala leche, o por cualquier razón que nos lleva a emprender según que cosas, lo hace. Enciende el petardo en el banco que está al lado de Miguelín. La mala suerte hace que el niño decida sentarse justo encima. El gritó es descomunal y toda la plaza se gira en un primer momento hacia el chavalín herido. Las razones del universo son insondables, pero todo el mundo sabe que ha sido Leopoldo, la presión de los ojos acusadores le abruma.
- ¡Cómo sangra! - dice la hermana de Miguelín.
- Ha sido sin querer, sólo quería asustarle - balbucea un pálido Leopoldo.
- Cuando te pille mi padre te matará - le responde la niña con una frialdad acojonante.
Miguelín es hijo del albañil del pueblo. Los brazos de su padre tienen el grosor de un muslo y se comenta que es capaz de lanzar una rueda de tractor a cinco metros.
Gonzalo, más o menos recuperado del percance de la liebre, decide pasar aquella tarde de Domingo en el monte. Antes había ido al bar, pero el ambiente de cachondeo a su costa le convence de marcharse de allí. Cuando ya está anocheciendo
se encuentra en el bosque a Leopoldo. El pobre, fruto del pánico, había huido del pueblo para esconderse en el bosque. El miedo a que el padre de Miguelín le matara a hostias era enorme y al ver a un tío con andares de oso casi se lo hace encima. Cuando por fin reconoce a Gonzalo se tranquiliza un poco, pero es un personaje que siempre le ha parecido inquietante.
El alcohol hace que Leopoldo pierda la noción del tiempo. Es una sensación agradable y desasosegante a la vez; como un dejà vú prolongado. En una de esas elipsis estaba, al parecer hablando con Gonzalo, cuando al “huevos de liebre” le da un tirón en los puntos de su herida que le hace llevarse las manos a la entrepierna de forma obscena. Casualidad de casualidades que en ese momento se encuentran de morros a la patrulla que había salido en busca de Leopoldo. Estaban todos: su padre, su madre, el padre de Miguelín, medio pueblo y la Guardia Civil.
Por breves instantes la cara de Gonzalo es el reflejo de la muerte. Que te vean en el bosque con la mano en los bajos y acompañado de un niño no es de lo más recomendable. Gonzalo no sabía la razón de la huida de Leopoldo y empezaba a pensar cualquier cosa, incluido el linchamiento público. Sin embargo, la concurrencia no lo tiene en cuenta.
- Leopoldo, - dice el padre de Miguelín - sabemos lo que ha pasado.
Al oír esto Gonzalo cree morir.
- Tienes que afrontar las cosas como un hombre, no hay que huir - prosigue con aire condescendiente -. Ves, a Miguelín no le ha ocurrido nada grave y nos has asustado a todo el pueblo con tu desaparición. Pensábamos que ibas a hacer cualquier tontería y te hemos buscado por todas partes. ¡Incluso hemos tenido que llamar a la Benemérita!.
- Son chiquilladas - comenta la tía Remedios.
El padre de Leopoldo sonríe de forma beatífica, pero el ojo experto del muchacho puede entrever un peligro mayor que el del albañil en su cara. ¡Ya verás cuando lleguemos a casa!, dicen sus ojos.
- Te tiran los puntos, ¿eh, Gonzalo? - comenta el cabo de la Guardia Civil.
Todo el pueblo está enterado de su percance y por ello no hubo segundas interpretaciones. Gonzalo lanza un suspiro de satisfacción, como el del reo indultado en el último momento.

Cuando la familia de Leopoldo llega a casa, cuya planta baja es el bar, no se desencadena ninguna bronca. No, Juliancete no es en el fondo un padre magnánimo ni nada de eso, simplemente le cae gordo el albañil y por esa lógica interna tan castiza, también Miguelín.
- Hijo, ya ha pasado todo, son cosas de críos. Si yo te contará a tu edad...
Nada, sientate ahí a ver la tele mientras yo termino de recoger.
- Casi prefiero ir al almacén a terminar de ordenar unas cosas - responde con aire convincente Leopoldo.
- ¡Aun haremos un hombre del chaval! - piensa el padre.
- ¡Para sentarme llevo el culo! - piensa el hijo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Aish me ha dao pereza leer tanto ...venia a darte un besito asi que te lo dejo y me voy de puntillitas jejejej


muuuuuuuuuuuaaaaaaa
Kp

PERCEBE dijo...

Gracias por el besito kp. No hace falta que te vayas de puntillas que tengo el sueño profundo. Besotes.