5.9.05

LA VIRTUD



Los caminos están llenos de barro, los forajidos tienen el rostro serio por la sucesión de desgracias. Abandonaron el río sin nada en el bolsillo y con seis compañeros menos. La emboscada de Santa Cruz ya les había diezmado, y en la última sólo han sobrevivido cinco. Debe ser cosa del Shérif de Albuquerque, o de algún cazarecompensas muy hábil. John Wright tiene rozaduras en los huevos por culpa de la mala higiene, Michael Mc Nord no dice nada, pero todos saben que está tísico; morirá pronto.
No saben donde están ni les importa demasiado. El monte es un pedregal pelado y no se divisa un puñetero árbol. Bajando la pendiente advierten unas estructuras extrañas, una de ellas parece una gigantesca carpa de metal.
A lo lejos divisan a una pareja de petimetres con traje de Domingo. Andrew “el cerdo” y sus hermanos Kevin y Arnold sonríen al divisar las presas. Wright y Michael dan la aprobación.
Se lanzan por la pendiente hacia los muchachos enflorados. Cuando están a su altura “El Cerdo “ comienza a dispararles para que se asusten. Lo consigue: el rubito con sombrerito a juego con los pantalones, cae mortalmente herido en el entrecejo. El pequeño Sam Wiggins, el hijo del predicador, se queda paralizado por el miedo. De la carpa metálica, la improvisada iglesia construida con los restos del material de una mina abandonada, salen en tromba los feligreses.
Leonard Wiggins, el Pastor, suspira aliviado al ver que el muerto no es su hijo, si no el vástago del herrero que tan chapuzas ha sido en la construcción de la casa de Dios.
- ¡Hola reverendo!, - dice Wright - ya que estamos aquí nos gustaría hacer una colecta.
“El Cerdo” pasa el sombrero ante la congregación, que con manos temblorosas van depositando cuanto de valor poseen. El Padre Wiggins se lleva la mano nerviosa al chaleco y contiene la respiración. Wright es todo un psicólogo y sabe que está ocultando algo de valor el muy tacaño. Con el “pacificador”, o lo que es lo mismo, con su revolver Colt, levanta la solapa bajo la que esconde su reloj de oro.
- ¡Bueno! - exclama satisfecho Wright - , ahora, si queréis conservar la vida, tendréis que entregarnos a la mujer más honesta del pueblo. Aunque no le hacemos ascos a nada, no nos gustan las cosas muy usadas. También podéis optar por morir cristianamente unos detrás de otros.
El buen Pastor, con la mirada firme, extiende su brazo y señala la vivienda del herrero, al fin y al cabo, muerto su hijo, su vida no tendrá mucho sentido.
- La señora Smith es tan buena feligresa y tan buena cristiana, que en los dos años de la fundación de nuestro pueblo no se ha dignado a aparecer por la Iglesia que “tan bien “ construyó su marido. Sin duda son tan grandes sus virtudes que no necesita de la palabra de Dios. - asevera el Pastor.
Y es que no hay nada como el deber cumplido. Además, pensar mal de los demás es pecado, luego será verdad que es virtuosa. Una vez aclarado esto, mentir también lo es, por lo que es voluntad de dios que la señora Smith sea la elegida.
Cuando los forajidos abandonan el lugar llevandose a la mujer del herrero, los feligreses miran de forma extraña al padre Wiggins. “Cuanto les queda por aprender sobre la virtud a estas ovejas descarriadas - piensa el reverendo -”. “Con que rapidez asoma la virtud ante un Colt, - piensa el herrero - , y con que facilidad asomará su alma cuando lo pille a solas”.

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