27.9.05

LUISA




Para Luisa tender la ropa es un deporte. Sabe que el vecino de enfrente baja la persiana y la mira a través de las rendijas. Por esa razón se afloja la bata y deja que se entrevean sus pechos. Son bonitos, hace gimnasia por las mañanas para reafirmarlos. Su marido trabaja en correos y en el bar de Pedro cuando hay campeonatos de la Championns; o lo parece, puesto que está allí más tiempo que en casa. Tiene veintitres años y le da la sensación de que ha pasado una eternidad desde su boda con Miguel. ¿Cómo pudieron tomarle el pelo así?.
De un polvo conejero surgió Andrea, su hija de tres años que en cuanto puede se la endiña a su madre. Al fin y al cabo vive a tres manzanas.
Cuando piensa en el obseso de enfrente, el que la mira por la persiana, se da cuenta de lo poco que tiene en común con Miguel. A su temprana edad se siente acabada. Perdió el contacto con sus amigas al casarse. Ahora, a pesar de mantener sus encantos de juventud tras el parto de Andreita, se ve a si misma como una ama de casa ajada y sin futuro. Su vida social se reduce a tomar café con las brujas de sus vecinas que sin ser mucho mayor que ella, llevan una vida igual de insustancial. La diferencia es que a las arpías no parece importarles. Dos de ellas trabajan en el hospital como enfermeras, pero por supuesto, también tienen que hacer las labores del hogar, que esto es España. Si, ese país tan progre, pero con tal cantidad de hijos de puta por centímetro cuadrado, que si se introdujera uno más, el equilibrio del cosmos se vería comprometido.
Cuando tenía quince años conoció a Miguel. El chulito del barrio que le comió el tarro y con el que lleva ocho años sin saber porqué. Nunca estuvo enamorada de él, incluso no tuvo impedimentos para ponerle los cuernos de vez en cuando. Pero lo que es la inercia, se esperaba que acabaran casándose y así fue. Hicieron el bachillerato juntos, a ella le fue mejor que a él, pero un enchufe sindical le sopló a Miguel las preguntas de la oposición a correos y el muy cabrón no lo quiso compartir. Total, que si él trabaja, no hace falta que lo haga su mujercita. Con veinticuatro años su marido es viejo. Luisa cree que se quedó calvo de golpe por estética en lugar de genética.
Tiene que preparar la comida, el héroe de la casa está al llegar.
- ¡Hola cielo! - Miguel le da un beso en la mejilla a su señora.
- .... - “Hola cielo” , “hola gilipollas” - piensa Luisa sin odio. Realmente el reproche es hacia si misma.
- ¿Qué tenemos de comer?.
- Judías y filetes.
Miguel se frota las manos con satisfacción. Luisa piensa que debe ser la felicidad de pegarse toda la tarde en el sofá tirándose pedos.
Como en el telediario están dando , cosa rara, la hora interminable de rigor de deportes, el volumen hay que ponerlo en el nivel correcto. De eso se encarga Miguel, el amo de la casa, el marcador de calzoncillos ( no cosa no vaya a distinguir la parte delantera de la trasera y se pierda). Cuando el altavoz vibra, el volumen correcto ha sido alcanzado.
A las cuatro de la tarde llega su madre con Andreita.
- ¡Hola mamá!.
- Hija, ¡que calor hace en la calle!. Ya veo que Miguel se está echando la siesta - mueve las manos para ventilar el aire - , toma a tu hija, que ahora se hace la amodorrada, pero no sabes que mañana me ha dado, quiere...
- Mamá - le interrumpe Luisa - , quédate aquí con Andrea que tengo que salir a comprar. - Coge en volandas a su hija para darle un beso. La niña no le corresponde por que efectivamente está amodorrada. Es de la generación de niñas malcriadas por sus abuelos. En fin, el prototipo de puto crío impertinente que no para de dar por culo allí donde va hasta caer rendido por el cansancio. No sabe lo que siente por su hija. Se siente medio culpable, pero, ¿es culpa suya que la criatura se parezca tanto a su padre?.
- ¿Dónde vas a ir con el calor que hace? - pregunta su madre.
Luisa no le da opción y le responde cuando sale por la puerta.
- Voy al centro comercial, tiene aire acondicionado.
Cuando baja al portal y sale a la calle nota como el sol le deslumbra y hace estornudar. Dobla la esquina y llega al número doce, el que da enfrente en el patio de luces. Llama a un número al azar.
- ¿Quién es?
- ...¿Me puede abrir, soy el cartero? - dice ella.
- Pero, ¿Quién es?, ¿oiga?...
Espera a que deje de farfullar estupideces y llama a otro piso.
- ¿Si?
-...¡Terooo! - medio grita con voz palurda.
Ahora sí. Ha dado con el tono correcto para hacerse respetar y que le abran la puerta sin joder.
El ascensor le lleva al cuarto piso. El suyo pero en otro edificio. Sin dudar llama a la puerta adecuada. Nota como el inquilino mira por la mirilla, ella sonríe.
- Hola, ¿que quiere? - abre la puerta un hombre de unos cincuenta años con gafas, pantalón corto y camiseta de Tintín.
- Soy Luisa, ya sabes, tu vecina de enfrente y me gustaría conocer como vive un pervertido. - Mantiene la expresión más afable y convincente que es capaz de poner.
El pervertido se queda pasmado. Su disco duro intenta decodificar la situación. ¿Será una broma?, ¿cámara oculta?, ¿será un reproche?, ¿estará soñando?. En vista de la petrificación del sujeto y de los primeros síntomas de obnubilación (el labio inferior empieza a descolgarse), Luisa decide intervenir con más decisión. Le acaricia suavemente el brazo y le dice con voz muy dulce:
- De verdad señor, me gustaría saber como vive un pervertido.
Luisa se invita a pasar. La puerta se cierra. Nunca es tarde para empezar a vivir.

3 comentarios:

Southmac dijo...

Ehhhhhhh, qué historia más bonita, joder. Durante la primera parte me estaban dando ganas de suicidarme, pero el final MOLA, jeje

Anónimo dijo...

Me ha gustado la historia.Esta muy bien.
Saludos

PERCEBE dijo...

gracias selena. Besos