23.11.05

EL VIAJE

russia

Camino del frente ruso , Andrés González, cabo del tercer grupo de artillería, destinado al apoyo del tercer regimiento de la división 250, está borracho. Se fue de permiso a Ogre, una ciudad cercana a Riga, donde creía que estaría a salvo. Bebió un litro de un licor extraño de aquellas tierras y descubrió con la claridad etílica, que nada se le había perdido por allí. Es más fácil embarcarse en un fregado que salir de él con bien. Para postre , le escuece al orinar como si meara gasolina.
La nieve cae con fuerza ese invierno del 43; un Febrero jodido. Dicen que en el Ishera y en las cercanias de Krasnybor va a haber problemas. Dentro de dos días tendrá que ir al frente. Siempre tuvo mala suerte, si le hubiera tocado el siguiente permiso, se habría librado del jaleo. Pero no, el destino le quiere en mitad de la fiesta. ¡Pues no le da la gana!. Ya ha tomado una decisión, se pasará a los rusos. Un primo hermano del amigo de no sé quien, está con ellos. Como era muy cabrón, seguro que tiene influencias. Total, ya ha perdido el contacto con su grupo, pero oficialmente no le darán por desertor hasta que no comparezca en su puesto el día señalado. El capitán de artillería, Gustavo Hinojosa, le odia y dice siempre que es un inútil. Bien, el cabo es inútil, pero cada uno es como es. El capitán, por ejemplo, es un hijo puta.
El frente está a más de trescientos kilómetros, no tiene prisa. Todavía le dura el mareo y oye cosas extrañas por el camino. No, no son cosas extrañas, es un columna motorizada alemana que se dirige hacia el Sitio de Leningrado.
- ¡Komme here! - le grita un alférez desde un Kubel remolcado por un camión. La mecánica alemana ya no es lo que era.
- Yo de la 250 divisionen, yo España, “main stru.., main standartemfirrem, ¡kujumf,kjumf!”. - Le dice Andrés después de atragantarse.
- ¡Ah!, españolo,yo ser de la 212, camarrada. Yo estar en España en guarra bolchevique, yo asistente de un Oberst en Legión Cóndor. ¿Tu luchar en guarra?.
- No, no tenía quince años cuando empezó y al movilizarme ya estaba la fiesta prácticamente terminada.
- Ia, ¿no viste guarra casi?. Aquí ya has visto guarra. - estarás contento, parece decirle.
- Si, he visto un poco... - demasiadas guarras, se dice pensando en el escozor genital.
- Sube, te llevamos a tu puesto - se ofrece el alférez cortesmente.
- “No hay prisa” - piensa Andrés - Tanke, main “Stamm...(ininteligible) “- contesta.
Se monta en la parte trasera del kubel y se siente ridículo y con náuseas. Debe ser que se le está pasando el efecto del licor. Cada dos por tres, la columna se detiene. Andrés está en una especie de duermevela y ha perdido la noción del tiempo. Por la ventana vislumbra a gente con y sin uniforme arrojada de forma grotesca en las cunetas. Sí, parecen muertos, pero juraría que algunos se mueven.
Después de dormir cual ceporro, el vehículo se detiene. El alférez sonriente le arrastra fuera del coche y del movimiento se le revuelven las tripas y vomita en las botas de un coronel médico alemán.
El coronel mira alternativamente a su calzado y a la cara pálida y cerúlea del “untermench” que le ha alegrado el día. Sin decir nada, da una reglamentaria media vuelta y se aleja.
- ¡Oh, oh!, españolo. El Oberst Shulz no tiene humora. Tu hacer caso lo que te diga él, yo traducir, si no, tu kaput. - le dice asustado el alférez.
Al poco tiempo regresa acompañado de otros oficiales de vete a saber que graduación. Todo el mundo se envara y se cuadra como si quisieran convertirse en estatuas. Los jerarcas hablan entre ellos y finalmente el coronel saca una jeringuilla con un liquido blancuzco que le inyecta al pobre Andrés. Le sientan en un banco del campamento, pero inmediatamente se pone a nevar por lo que le trasladan a un barracón. Toda la oficialidad nazi hace corro a su alrededor mientras el médico consulta a su reloj.
Se despierta al día siguiente en el camastro que le han improvisado. Al toque de diana se presentan los mandamases del día anterior y al verlo sano se dan abrazos entre ellos, incluso el coronel le da unas palmaditas en el hombro.
El alférez le dice que le va a llevar a su unidad, al fin y al cabo, hoy le toca incorporarse.
- Realmente mi permiso se acaba esta noche, no hay tanta prisa. - le replica un todavía amodorrado cabo González.
- Bueno, no importar, así tu ver donde.
En lugar de montar en un coche, el oficial se va caminando, por lo que encogiendose de hombros, Andrés decide seguirle. En pocos minutos y desde la cima de una loma, se ve el espectáculo.
Paralelo al cauce del Ishera, hay un verdadero río blanco que no es otra cosa que miles de rusos que se apresuran a cruzar los pontones para flanquear a la división de Andrés. Por un momento siente un prurito de lealtad a sus compañeros; realmente tenía que haber estado allí esa mañana. Poco a poco, y para su sorpresa, decenas de oficiales y soldados alemanes se suben a la loma con sus prismáticos para ver la función.
Desde allí arriba todo es irreal. El sonido no es como en las películas, es mucho más cutre y parece falso. Ya lo dijo no se quién, para ver la guerra, el cine. “¡Ah, claro!, le preguntaron, eso es por que las guerras son terribles”. “No, contestó No Sé Quién, simplemente los actores son malos, el sonido pésimo y el atrezzo una mierda”. Incluso hay unos cohetes rusos, los llamados órganos de Stalin, que suenan como el mugido de un millón de vacas en celo.
Cuando sale de su catatonia, se gira hacia el alférez y le dice:
- ¡Coño!, desde esta posición vuestra división podría pillar por la retaguardia a los rusos y evitarle de paso ese varapalo a la mía.
- Yo hacerte a ti pregunta. ¿Porqué no has ido tu a tu puesto?. No contestar, yo decir: Por que tu ser obediente reglas. Tu no tener que estar allí hasta noche. Nosotros no tener que estar allí. Ordenes principio de todas cosas. Sin orden, todo caos.
- ¡Pero...!. haciendo pinza sobre ellos la derrota rusa sería brutal en esta parte del frente. Podría suponer la toma de Leningrado.
- ¿Cabo ser General?. Orden ser principio de todas las cosas.
Otro oficial le comenta al alférez algo que debe ser muy gracioso por que se ríen a mandíbula batiente. Tal vez sea referente a la paliza que le están dando a la división azul.
Al anochecer, el alférez le señala la dirección de los ya decaídos combates. Eso significa que debe ir a su puesto con puntualidad prusiana. Cuando se va a marchar no puede evitar dirigirse al alemán.
- Oye, ¿qué me ha inyectado el coronel?.
- Nada, ser medicamento incautado a un transporte británico en Báltico. Medicamento poder ser útil para marriscal Goering. Tu no morir, medicamento al menos no ser mortal. Goering se arriesgará. Gutten Nacht - se despide el alférez.
Como todos le están mirando no le queda otro remedio que bajar la loma y encaminarse a su posición o lo que quede de ella. Cuando se interna en el bosque se va topando con los primeros cadáveres. Aunque la mayoría son rusos, la riada soviética ha debido arrastrar a los suyos hasta Algeciras. Eran miles de sombras blancas empujando sobre una delgada línea de la dispersa y diezmada división.
Está todo más oscuro que su futuro pero de casualidad tropieza con un mortero de 80 mm que reconoce por su arista cortante en la boca. Lo ha montado y desmontado cientos de veces y siempre se ha acabado dando un tajo en el mismo sitio. De hecho, la última herida que se hizo en su antebrazo no se le acaba de curar. Ha encontrado a su grupo.
No se oye ni una mosca y termina por sentarse sobre un cadáver que está hecho un ovillo junto a un árbol.
- ¡No me mates, yo comunista, yo comunista!. ¡A las barricadas, a las barricadas....!.- Berrea entre gallos y desafines el muerto.
- ¡Capitán Hinojosa! - grita con asombro Andrés.
- ¡Cabo González!. - le responde volviendo a la vida.
El capitán mira a todas partes con los ojos desorbitados. Parece un alma poseída por algún espectro, lo que comúnmente llamamos pánico.
- Cabo González, Andrés... Mi deber como oficial es cuidar de mi tropa. Todo esto está infestado de rusos. Por tu bien, es mejor que cambiemos los uniformes; los oficiales recibimos mejor trato. No me lo agradezcas, es simplemente mi obligación.
Andrés no tiene ganas de discutir soplapolleces, así que se produce el intercambio, documentación incluida. No pasan ni diez minutos cuando sucede.
- ¡Stoi! -
Una patrulla soviética les sale al paso. Han tenido suerte. Sus ordenes son de caza y captura, no de limpieza.
- ¡Davai, davai! - le grita un soldado ruso al “cabo González” (capitán Hinojosa), clavándole la bocacha de una ametralladora de tambor en la espalda; es igualita a la de los capos del Chicago de las películas.
El oficial ruso le ofrece a Andrés, ahora capitán Hinojosa, un “machorca” que le recuerda al tabaco liado de su pueblo y una chocolatina americana. Sí, es verdad que tratan mejor a los oficiales.
- ¡Davai, davai! - parece que el soldado le ha cogido el gusto a eso de golpear a su antiguo capitán.
Cuando ya amanece, llegan a una improvisada estación de tren donde se apiñan centenares de prisioneros. Aquello es una Babel de presos rusos y alemanes. No ven a ningún español. Si hubiera lo sabrían por que oírles se les oye.
Les apretujan contra ellos mientras los van cargando en los vagones de ganado. Sin querer pisa a uno que lleva un raído uniforme de las Walfen-SS.
- ¡Oh, Shit!. Are your eyes in your ass?.
- ¡Lo siento!, oye, pareces inglés. - le dice Andrés.
- Ya veo, tu españolo. Yo estar en España en guarra.
Esto le comienza a resultar familiar.
- Si... Los ingleses no mandaron gente allí ¿no?.
- Si, comunistas ir.Yo brigadista, yo antes maldito comunista. Por cierto... Soy escocés, no cochino inglés. - pone cara de profunda indignación
- Vale, vale. ¿Y como te metiste en las SS?- le pregunta con suma curiosidad.
- Yo odio a comunistas. Ellos mandar siempre a brigadistas a primera fila. Ellos reírse de nosotros desde loma mientras fascistas darnos cera. Yo odio comunistas yo querer devolver golpe. - contesta resuelto.
Lo de la loma también le resulta familiar.
- “Pues te has lucido macho” - piensa Andrés.
- Sorry, mi nombre es Duncan, capitán Duncan.
- Yo soy el cabo González.
El capitán Hinojosa que estaba de convidado de piedra no lo aguanta más.
- Y yo soy el capitán Gustavo Hinojosa y creo que ya va siendo hora de que me devuelvas mi uniforme. No te lo tomes a mal, pero ya te he salvado la vida. - se dirige a Duncan y le suelta : - Nosotros, los oficiales tenemos que entendernos ¿verdad?.
- Bueno, - contesta Duncan - por parte mía, cuanto estemos en tren, yo cambiar mi ropa por primer fiambre.
- Yo también - secunda el cabo González.
El capitán Gustavo hace un gesto de desgana como despreciando esa idea. A las pocas horas de ponerse el ferrocarril en marcha, algunos de los que estaban medio muertos se deciden a morirse y hacen el cambio. Duncan y González se ponen la ropa de dos civiles rusos, el orgulloso capitán recupera su uniforme.
Pasan dos días con escasas paradas sin que se abran las puertas. En el centro del vagón han conseguido hacer una fogata con los restos de ropa de los cadáveres para calentarse. Finalmente se hace la luz y les obligan a bajar. Allí les proporcionan unas palas con las que tienen que enterrar a los muertos.
El capitán sonríe a los oficiales rusos como diciendo: “mirad, soy el capitán Hinojosa”. Una bonita oficial rusa con el rostro desencajado por el odio le arrea una patada en los cojones. Como está doblado sobre el suelo, otros dos soldados rusos la emprenden a golpes para que se levante y cave.
Vuelven a ser subidos al tren y la primera obsesión de Gustavo es ver si alguien tiene la decencia de morirse para librarse de su uniforme. Tendrá que esperar cinco días para conseguirlo. Un buen día, Andrés descubre que ya no le duele al orinar y que la herida de su brazo se ha curado. Era una buena medicina lo del coronel Shulz, después de todo.
La mayoría de los soldados están en los vagones traseros. Ellos son tomados por civiles rusos para campos de “reeducación”. En una parada, en mitad de ningún sitio, vuelven a hacerlos bajar. Las vías férreas se bifurcan y allí hacen la división entre civiles y militares. El capitán Hinojosa, en el grupo de civiles, observa con rabia como un oficial ruso sonriente le ofrece tabaco y tocino a un oficial alemán.
De nuevo el traqueteo del tren les sumerge en un trance que a duras penas mitiga el sordo y persistente malestar del frío. Las provisiones de combustible aumentan conforme va quedando hueco en el vagón. Periódicamente paran para arrojar los cuerpos al campo; ya no los entierran. El infernal viaje dura semanas por que las vías son una piltrafa y la extensión de las rusias infinita. Durante el viaje han podido confraternizar con prisioneros rusos y han aprendido el vocabulario básico para sobrevivir sin ser descubiertos. Tampoco es mucho problema, a estas alturas, la mayoría de los guardias son siberianos y algunos saben menos ruso que ellos.
A pesar de ser anticomunista, Duncan rememora sus hazañas en la batalla del Jarama para disgusto del capitán Hinojosa que perdió allí a su hermano. Nuestro capitán pasó la guerra en la intendencia de un cuartel de Sevilla. En la división azul se las apañó para irse a retaguardia cada vez que había fregado con la excusa de contactar con el alto mando. “Y la radio es para metérnosla por el culo”, pensaba la tropa. En Krasnybor las cosas fueron muy rápidas para que escapara. Aún así se las apaño para sobrevivir. Ciertamente, el valiente González también se lo montó bien viendo la escabechina desde la loma, pero claro, los héroes están muertos.
Al llegar al destino descubren dos noticias, una buena, otra mala y postre. La buena noticia es que trabajarán en una mina de carbón al aire libre. La mala es que hay mucho carbón. El postre es que hace un frío que se congelan los pedos por estar cerca del Polo.
La rutina es muy simple. Como son un grupo privilegiado, pues tienen calefacción de carbón en los barracones, tendrán que trabajar de sol a sol para compensarlo. No son unos bárbaros, al fin y al cabo están allí para su reeducación bolchevique. Por ello, en verano trabajarán de sol a sol ( veinte horas como mínimo de luz en esas latitudes ) y en invierno, por la noche (veinte horas como mínimo de noche). Había algún descanso de por medio, si en el fondo quejarse era vicio.
- Deberíamos haber dado a conocer nuestra condición de militares. Al norte de estos puñeteros montes Kolima están ellos. Seguro que viven mejor. - se queja Hinojosa.
- Ellos están en minas de plomo. Tienen que estar en lugar cerrado contaminandose. - comenta un Duncan en un mejorado español.
- Si, además se te caen los dientes, que me lo ha dicho Jaukas, el preso letón que nos consigue tabaco de contrabando. - añade Andrés.
- ¡Tchap! - grita un guardia mientras golpea con su nagán a la espalda de Gustavo. Es que el capitán tiene una de esas espaldas que invitan a ser golpeadas.
En opinión de los prisioneros, tchap puede significar “sigue cavando” o simplemente “montón de mierda”. Da lo mismo. Con el tiempo los ciclos de noche y día acaban siendo parecidos. No están seguros de si han pasado dos años o más. A pesar de todo están bien alimentados; los rigores del clima son mas brutales que los políticos en esta parte del mundo perdida de la mano de Dios (que significa Stalin). En el campamento militar si llega esa mano aunque el idiota de Hinojosa no lo sepa. Allí la mortalidad es espeluznante. Cuando en los años cincuenta pudieron regresar los prisioneros de Stalingrado, de noventamil lo hicieron cincomil: el cinco coma algo por ciento.
El contrabando del cautiverio se paga en oro. Entre las vetas del carbón, de vez en cuando aparecen pequeños filones. Moscú no tiene ni idea de que exista oro, pero eso es algo que no le interesa divulgar ni a guardianes ni a prisioneros. Duncan, González e Hinojosa habían formado una sociedad por la que se privarían de “lujos” para poder sobornar en el futuro a algún guardia con deudas de juego. Como hemos dicho, después de casi dos años, más o menos, parecía llegado el momento.
El guardia en cuestión era un siberiano parco en palabras y vicioso de los dados hasta las cachas. El precio era la cuarta parte de las reservas de oro, aunque el bribón pensaba que se llevaba casi la totalidad. La verdad es que se ganó el sueldo. Les llevó con esquíes y raquetas por sendas desiertas a través de cientos de kilómetros. Se conocía cada refugio de caza y lugar de abastecimiento de la zona. Jamás se cruzaron con nadie hasta llegar a la costa, a unos mil y pico kilómetros al sur de los motes de Kolima. Allí les aseguró que había una cala donde de vez en cuando fondean contrabandistas japoneses. El ya había hecho tratos con ellos.
En la cabaña no hubo que esperar mucho, a los pocos días aparecieron los japos con vete a saber que material para ser intercambiado con otros asiáticos. No se sorprendieron de veles allí, si sabían donde estaba la cabaña, es que tenían derecho a estar.
Bebieron y comieron decentemente por primera vez en años. Hinojosa se quejaba del estómago y no probó el alcohol. Cuando se hubieron dormido, se llevo a parte al jefe de los nipones que hablaba un ruso decente. Como ya esperaba, el precio no alcanzaba para los tres. Una lástima.
Duncan y González amanecieron con dolor de cabeza y las manos atadas a una viga de la choza. La sonrisa semidesdentada que les daba los buenos días era del capitán hinojosa.
- Buenos días muchachos. Mirad, la vida es dura y no podemos ir los tres en el barco. Mejor yo que vosotros. Tenemos que atravesar el estrecho de Tartaria , dejar atrás Hokhaido, cruzar casi todo Honshu, para recalar por fin en Hirosima. Allí, por cuestiones profesionales tendrán que permanecer hasta mediados Agosto Yo deberé estar escondido en la bodega, no quieren problemas con las autoridades y tres sería demasiado riesgo, comprenderlo.
El discurso les dejo de piedra y la resaca les impedía contestar.
- Por cierto - añadió - siempre has sido un inútil, cabo González.
- Tiene que haber de todo, tú, por ejemplo, siempre has sido un hijo puta.
- Bueno, estamos a uno de Agosto de 1945, para que sepáis la fecha del fin de vuestra vida, y antes del seis estaré en el puerto de Hirosima, pensando que haré con el resto del oro. Good bye, Duncan y Andrés.
Los pobres se quedaron desolados. Después de dos días sin comida ni agua, el pobre Duncan empezó a perder la cabeza. Estaba cantando voz en grito el “God Save The Queen” cuando una patrulla soviética les descubrió. Les tomaron por británicos prisioneros de los japoneses y los entregaron a un barco americano para congraciarse con ellos. El gobierno ruso quería mantener buenas relaciones con los aliados para el reparto de la Europa de posguerra.
Las autoridades americanas no querían líos y como nada de lo que decían les cuadraba, decidieron embarcarlos rumbo a Australia y que allí se las apañaran. A bordo de un desvencijado transporte, mientras miraban la estela de popa, Andrés le preguntó a Duncan:
- ¿Qué habrá sido de Hinojosa?...¡Eh!, ¿porqué sonríes?
- Le he mandado mi maldición escocesa. Mi familia descendiente de druidas.
- Si, claro...
- No es broma, maldición escocesa es explosiva e inevitable.
Era el seis de agosto de 1945 y el Enola Gay regresaba de su misión.

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