15.2.06

FANTASMAS DE POSGUERRA

valle1

No te inquietes , ten paciencia,
si cuando amanezca estas perdido,
si la ayuda al fin ha sido,
más sútil de lo que esperas,
ten seguro, es cosa cierta:
que la intención es lo que cuenta.

EN UNA BONITA ESCUELA ESPAÑOLA DE POSGUERRA.

Enarca las cejas soberbias y le endiña una sonora bofetada. El profesor Galindo esboza una medio sonrisa que hace temblar de miedo al alumnado. ¡Menudo macho es él!. ¿Qué se habrán creído estos niñatos?. Con una mano es capaz de levantar a cualquiera de esos mocosos y zarandearlo en vilo hasta que se orine encima.
- Vamos a ver, Márquez... Salga al encerado y escriba esta frase: “El pobre y escuchimizado animalillo tiembla de terror ante la serpiente”.
Julián Márquez se levanta con sus coloradas orejas de soplillo; el jefe de estudios se ha empleado a fondo con él, cuando le ha visto corretear por el pasillo.
Aún no ha escrito la mitad y se le parte la tiza.
- ¡Márquez!, ¿cree usted que nos regalan el material?. ¡Claro!. ¡Cómo se nota de donde le viene la sangre!.
Don Anacleto Galindo se levanta de silla y se dirige hacia Julián. Al extender su manaza, el pobre diablo hace un intento de cubrirse.
- ¡A mi no me vuelvas la cara! - le grita mientras lo zarandea como un pelele.
- ¡Déjeme en paz, cabrón! -grita el chiquillo.
El silencio se puede cortar con un cuchillo. Don Anacleto achica sus ojos y parece disfrutar del placer de la anticipación. No cabe de gozo, tiene una excusa para desahogar todas sus frustraciones sobre la personilla que tiene delante y quizás algo más.
- Bien, bien - dice mientras pasea sobre la tarima con sus manos a la espalda. - ¡Bueno, bueno!. Márquez, usted se lo ha buscado. Voy a hablar con el jefe de estudios. Se ha pasado de la raya y va a pagar muy seriamente su falta. Ya lo creo...



Toque de diana en los sotanos de un hospital de El Escorial que atiende a tuberculosos. Los veinticuatro duermen en una angosta habitación sin ventanas.
El doctor Aurelio Ribota examina las muestras de tejido en el laboratorio. Es de madrugada y la radio emite música clásica. Un nocturno de Chopin le pone melancólico. Tiene que examinar a los internos. ¡En fin!, hay que seguir el programa.
- Calderón, prepáreme el instrumental.
- Sí, doctor. - dice el ayudante.
Los muchachos están en formación militar. Sus ojos vidriosos tienen un aspecto extraño. Parece una sección de muertos vivientes. Han aprendido que la disciplina aumenta las expectativas de vida. Cuando a Julián Márquez le colocan la inyección, sabe que va a sufrir otro brote de alucinaciones espantosas.


Agustina Soria sale llorando del colegio. Los profesores no saben donde ha podido ir, pero le han dicho que los niños que se escapan, tarde o temprano, acaban apareciendo.
“ - La verdad que sería una estupidez huir sólo por que le reprendí delante de sus compañeros. - le dijo Don Anacleto. “
“ - No creo, si ha sido rebelde tiene que someterse al justo castigo. Pero mi hijo no me dejaría sola nunca. Desde que murió su padre...”
“ Tranquila señora - terció el director - aparecerá, ya lo verá, le dirige una mirada cómplice a Don Anacleto. “


Aurelio Ribota está satisfecho. El nuevo fármaco analgésico parece tener menos contraindicaciones que los anteriores. Los suizos se van a poner muy contentos.
Sobre la mesa tiene un listado de los presos que están construyendo el “mausoleo del Faraón Francisconofis I” en la sierra. Necesitan conejillos nuevos y seguro que más de uno tiene por ahí a su mujer con algún hijo... Suyo o no, que con los rojos nunca se sabe.
La sempiterna bombilla que alumbra el barracón se ha vuelto a fundir. Hasta mañana, cuando Calderón entre, permanecerán a oscuras. Julián tiene necesidad de ir al baño; bueno, la letrina. Se conoce el camino, aún así se golpea en el pie con el camastro de otro desgraciado. Cuando entra en el retrete vuelve a oír el desasosegante sonido de la vez anterior.
- Fantasma, fantasma, alejate de mi o palma. - suelta Julián la frasecilla que le enseñó su madre.
El sonido se interrumpe pero al poco vuelve a empezar.
- Fantasma, fantasma, aléjate de mi o palma - insiste.
- ¿Quién eres ? - dice una voz de niña que parece salir del mismísimo retrete.
- ¿Eres una niña?. ¿Te has quedado encerrada bajo tierra?. - le pregunta Julián sorprendido.
- ¡Bajo tierra estarás tú! - dice muy irritada -. Yo estoy en el hospital, en el piso de arriba - le da un ataque de tos y continúa -. ¿Dónde estás ?. ¿Cómo te llamas?.
- Me llamo Julián.
- Yo me llamo Elenita García Arregui y estoy en el hospital por que tengo los pulmones enfermos. - Vuelve a toser - Estoy en el cuarto de curas por que si me oyen llorar me riñen. Me dicen que tengo que resignarme a la voluntad de Dios.
- ¿Yo también estoy en un hospital ?.
- No lo sé. Debes de estar en los sótanos, por que la rejilla por la que te hablo está muy oscura y no se ve nada.
- ¡Tienes que avisar a alguien!. Nos tienen encerrados a muchos niños y no nos dejan salir. Nos hacen probar medicinas raras y siempre nos encontramos muy mal.
- Se lo diré al doctor Alfredo que es muy bueno.


Es medio día en el hospital. En la superficie, Sor Marta, la monja nonagenaria, prepara los utensilios de enfermería mientras recuerda a su hermana. Se murió de tisis cuando no existía estreptomicina y el único tratamiento era el sano aire de la sierra. ¡Cuanto ha cambiado todo!. Le resulta extraño el trajín que hay en los últimos tiempos en el hospital. Desde que llegó de Alemania el doctor Ribota, no paran de ocurrir cosas extrañas.
Los antibióticos son caros y escasos, pero el doctor Aurelio Ribota tiene un suministro inagotable. Aún así no le gusta. Tiene el sótano bajo llave y llegan peces gordos para entrevistarse con él. Sin embargo, no acaba de ver la relación de esos personajes con el hospital. El director dice que debe contar con contactos en las altas esferas por que tiene carta blanca para hacer y deshacer a su antojo.


Julián nota un eco en su cabeza. No sabe que le han inyectado hoy y sus pasos resuenan como una campana al dirigirse al retrete.
- Elenita... - llama a su amiga.
- ¡Julián!. Se lo he contado al doctor Alfredo. Ha ido a avisar a la Guardia Civil de Madrid por que no se fía de la del pueblo... Tuvo problemas con ella en el pasado por Carlista. En pocas horas estarán aquí, probablemente antes de que amanezca.
- ¡¿Tanto van a tardar?!
- ¡Va todo lo rápido que puede!. Su yegua corre mucho.
- ” Bueno, como si vienen en bicicleta, pero que vengan”- piensa Julián.

Cada vez se encuentra peor y no ve el momento de que lleguen a rescatarle. Falta poco para que aparezca Calderón para fastidiarlo todo. Se le nubla la vista y siente frío. No obstante, le invade una calma desconocida. Entre brumas ve como se abre la puerta y a través de la luz divisa la silueta de un Guardia Civil. Tiene unas enormes patillas y sus pantalones llevan polainas. Está muy embotado para preguntarse por que no se llevan a los demás. Al salir del sótano se topan con quienes deben ser Elenita y el doctor Alfredo. Todos van hacia la puerta principal del Hospital.
Sor Marta oye ruidos y sale de su habitación, será algún enfermo insomne que está de paseo. Es mayor para echarle broncas a nadie. La curiosidad hace que se asome y le parece haber visto algo o a alguien. Enseguida deshecha la idea; no puede ser.
En el exterior les recibe la patrulla a caballo. De pronto cae en la cuenta de que está nevando a base de bien y el sólo esta vestido con un raído pijama y descalzo. Elenita también está descalza.
- Ves Julián, te dije que vendrían a salvarte.
Julián se percata de que no siente frío, realmente no siente nada. ¡Vaya por Dios!, está clarísimo. Le dirige a Elenita una mirada de desconcierto. La niña, que estaba sonriente como una fresa, comienza a fruncir el ceño como desilusionada.
A Julián le han enseñado que no hay que ser desagradecido por lo que decide devolverle la sonrisa y decir:
- Muchas gracias Elenita, lo has hecho muy bien.
Toman el camino que lleva a la capital. Van en fila india para dejar paso a la diligencia que es atravesada sin inmutarse por un automóvil de importación. Dentro irá algún gerifalte para algún oscuro negocio con el doctor Ribota. Julián sonríe por que sabe que no tiene otra cosa que hacer que visitar todas y cada una de las noches a su profesor Don Anacleto Galindo.

6 comentarios:

J.S. Zolliker dijo...

Muy bien logrado, pues desde acá maldigo a Galindo y al médico. Saludos!

Anónimo dijo...

Hi, I'm from the Azores, portuguese islands. I visited your blog today. Visit mine when you have a chance.Take care,

PERCEBE dijo...

Hola José. Hay gente mu mala, mu mala en este mundo. Ojo, no tuve profesores tan malos aunque alguno...

Anónimo dijo...

Hola

Muy bonita la historia.

Besos

Anónimo dijo...

Hola He caido aqui por casualidad, buscando información sobre los medicamentos en la posguerra española y te he encontrado. Me encanta como escribes. Yo también soy "escritora" bueno lo pongo entrecomillas porque soy aficionada. Tu relato es de lo mejor que he leido ultimamente.

Saludos.

PERCEBE dijo...

Perdón por tardar en responder. Es que tengo un poco dejado el blog. Gracias por el comentario. Yo también soy escritor entre comillas. Besos