30.10.06

ENCUENTRO

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El señor Robles es consejero de uno de los bancos más importantes del país. Su información privilegiada le ha reportado enormes beneficios en la bolsa. Van más de siete crisis autoinducidas para hacer caer los valores y comprar a precio de saldo.
Su negociado es el soborno político. El banco ha financiado a todo el espectro parlamentario y por ello pueden medrar como promotores en todas las empresas del sector público; desde viviendas y polideportivos a carreteras, etc.
El señor Robles no es religioso, pero como nos ocurre a muchos descreídos, el instinto de supervivencia le hace lindar con la superstición. En su caso las cosas iban volviéndose cada vez más extremas. Con el tiempo estaba llegando al convencimiento de que sus competidores contaban con ayudas de lo oculto y arcanos poderes.
Todo empezó como pasatiempo y divertimento. Con discreción fue acumulando información sobre congregaciones que fueran afines al satanismo. Un día le dijo a su secretario de confianza que quería contactar con el grupo “discípulos luciferinos”. El secretario se quedó pensativo hasta que finalmente le confesó que era miembro de tan selecta congregación. Lleno de entusiasmo, el secretario le pidió que confiara en él. Había concertado el encuentro para el próximo domingo.
El señor Robles se vistió con un sobrio pero elegante traje de seda negra. El lugar de reunión era un sector abandonado del parking del Ministerio de Fomento. Al llegar vio a mucha gente vestida como él. Se dirigió hacia ellos cuando se interpuso en su camino el secretario.
- ¡Señor Robles!, usted tiene que venir por aquí. – le indicó el camino con lo que parecía una excesiva reverencia.
Le acompañó pensando que tal vez tuviera que someterse a un rito iniciático, claro. Saliendo por un lateral se encontró con un atril y un micro. Los congregados parecían mirar hacia lo alto y entonaban letanías: “Señor, gracias por dignarte a confortar a tus siervos”. Una de las cosas que nunca le ha gustado al señor Robles es desentonar en las reuniones sociales. Tiene un instinto innato para todo tipo de protocolos y estaba dispuesto a imitar a los fieles repitiendo su frase.
Justo cuando iba a comenzar, se fijó en que conocía a la mayoría de los allí presentes: la mayor parte eran concejales de urbanismo de todos los espectros políticos, de derechas e izquierdas, pasando por los filoterroristas; juntos en perfecta comunión. Otra cosa que le llamó la atención es que no estaban mirando al cielo como había creído en un principio, le estaban mirando a él. Entonces lo comprendió todo. Su prurito parareligioso le había llevado a encontrarse consigo mismo.
-“Hijos míos – comenzó – en respuesta a vuestras plegarias he venido a bendeciros y daros calor. Es justo que el sacramento que tantas veces hemos realizado por separado podamos llevarlo a cabo en comunidad”.
La sala le dirigió una expresión de absoluta devoción. Todos los fieles habían traído sus misales con sus contratas y proyectos de construcción. Maniatado y sobre un altar estaba un anónimo contribuyente. Uno de los concejales más antiguos le dio un corte en el cuello, haciendo brotar la sangre con la que se habrían de firmar los contratos en la eucaristía.

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