22.11.06

EL TRANVIA

1950

Cuentan que al volver Unamuno de Nueva York le preguntaron:
- ¿Y qué, don Miguel?¿Qué le ha impresionado más de la ciudad?.
- Los tranvías.
- ... ¿Los tranvías?. Aquí tenemos también tranvías. ¿No son más majestuosos los rascacielos?¿la estatua de la libertad?... ¿los... tranvías?.- le interpelaban extrañados.
- Es que aquello era increíble, el tranviario no sólo iba sentado si no que también tenía una pequeña estufa a su lado.

Al parecer, en España los conductores de tranvía, además de ir de pie, en Enero se les helaba el moco.
La razón: ¿La diferencia tecnológica?. ¿La potente industria norteamericana?. No.
En España una de las lacras del trabajo se fundamenta en el hecho de confundir eficacia y eficiencia con jodido y amargado. Si un trabajador está hecho mierda e incómodo en su curro, nadie se preocupará por si produce, hace bien su labor, ni nada por el estilo. Cuando las condiciones son favorables, las herramientas cómodas y el entorno tiene una ergonomía razonable; la presunta falta de cara de fastidio será duramente sancionada por sus superiores. En prevención de esto, los gloriosos empresarios fabricantes de tranvías obviaron la colocación de asiento y calefacción.
No era con mala intención. Si no para que el currito se jodiera. Pero, ¡oiga!, de buen rollo. Todo por su bien, si el pobre tranviario fuera tranquilamente sentado y además caliente, la gente podría pensar que no está trabajando.
Sí, el resultado sería el mismo, cumpliría con su cometido y tal e incluso la empresa estatal se ahorraría bajas por enfermedad pero... En contra de lo que se piensa, el dinero no es lo más importante. Dar una imagen sufrida y jodida tiene mucho más glamour, es como más trabajo aunque el producto sea el mismo. ¡Dónde va a parar!.

Hoy las cosas han cambiado un poco aunque, ya sea en las sacro-santas administraciones del Estado, como en la empresa privada todavía quedan restos de aquello.
Conocí a un tipo, llamémosle Chancho, que trabajaba en una imprenta. Por las peculiaridades del trabajo había partes del proceso en las que no tenía que hacer otra cosa que esperar... De pie, fabricando varices. Pero que nadie piense mal. Si durante ese rato pudiera sentarse, su trabajo saldría igual y en apariencia los beneficios serían los mismos pero... ¿Y el placer escrotal del supervisor, que si puede sentarse, al observarlo?¿acaso la felicidad ajena no vale nada?. ¿Y los gastos médicos que genera?¿Tal vez los especialistas en cirugía vascular tienen que ver como sus niños mueren de hambre?. Y es que estoy convencido de que el generoso pueblo español se pasa la vida pensando en el bienestar ajeno.

En la construcción, la codicia ha podido más que el amor al prójimo. Lamentablemente ya no se usan sacos de cincuenta kilos, tienen que ser de veinticinco. ¿Lo han hecho porqué estaban hartos de tantas bajas por lumbalgias?. No, a las empresas no les importaba perder dinero ( siempre que el currito se jodiera ), si no por una perversa ley que les obliga.


En fin, y hablando en serio, peor que el afán de lucro de las empresas, que en sí mismo no es malo, es la cantidad de hijos de puta que pululan como nuestros hermanos por el planeta. En el caso de nuestra Iberia los pecados capitales son conocidos:
En una serie de TV, años atrás, titulada “los siete pecados capitales de España”, cuando le llegó el turno a la envidia hicieron un especial. Se nos mostraba lo siguiente (más o menos):

Hubo una vez un rey que harto de las disputas entre dos de sus súbditos decidió mediar. Uno de ellos era un retorcido cantinero que no paraba de quejarse de los impuestos y de el olor que emanaban los tintes del comercio textil de su vecino.
Al rey le caía mal el cantinero y decidió ser generoso, pero a la vez, darle menos que al más tranquilo y menos broncas, comerciante de tejidos.
- Acércate cantinero – dijo el rey – Estoy cansado de vuestras disputas. Pídeme lo que quieras para que te quedes tranquilo y dejes de dar la murga. Sólo hay una cosa que debes saber: Lo que te dé a ti, al comerciante se lo daré por duplicado. Palabra de rey – con lo que se comprometía a cumplir.
El cabrón ni siquiera se lo pensó:
- Majestad, hágase lo siguiente: Que me saquen un ojo, que me corten una pierna, que me amputen un brazo y se me arranque un testículo.


Sin comentarios.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

joder, qué habrá sido de Chancho!!!

(por lo demás, de acuerdo en todo)

Anónimo dijo...

Por cierto, ¿seguro que aún no te aparece por el dashboard la posibilidad de migrar a betea?

PERCEBE dijo...

Pos no tío, no me dejan. ¡Ya sé que soy la oveja negra...!. (se ma colaó Marto en el ordenata tú).