29.12.06

EL CUERVO

cuervo


El señor Flint se dirige al hipódromo. En las gradas divisa a Mac Lummen, quien dicen que es el mayor experto en caballos de todo Londres. Flint se arma de valor y decide hablar con el.
- Señor Mac Lummen - le interperla.
Mirando con indiferencia el cielo parece pasar de él como del estiércol.
- Señor Mac Lummen - esta vez se mete la mano en el bolsillo, con lo que hace sonar sus chelines.
Ahora, la vista del sujeto se posa entre escéptica y divertida en Mr Flinnt.
- ¿Quiere decirme algo?
- Esto... Se comenta que es usted el más entendido de caballos de todo Londres y...
- Perdón, perdón - le interrumpe - No entiendo nada de caballos, yo entiendo de suerte. La gente paga mucho por esa información.
- Tengo veinte chelines y otros tantos para apostar.
Mac Lummen se lo piensa y asiente.
- Está bien, allí va la información del día. Tiro Largo es el caballo con más suerte de la carrera de esta tarde.

Comienza la carrera. Tiro Largo sale en primera posición. La última vuelta está a punto de terminar. En el cielo una gaviota decide suicidarse. El pajarraco le cae sobre la cabeza y Tiro Largo se desmorra a un centímetro de la meta. De entre los setos asoman los pies del jinete pataleando de forma cómica.
En la cantina, el Señor Mac Lummen está invitando a cerveza a sus amigos con el dinero de Flint. Éste está furioso y cuando lo ve se dirige hacia él maldiciendo.
- ¡Mac Lummen!, me dijiste que Tiro Largo era el caballo con más suerte hoy.
- ¿Y te dije acaso que fuera buena? - toda la parroquia rompe en carcajadas.
El señor Flint pone cara de lunático. Se acerca despacito a Mac Lummen y le pregunta susurrando:
- ¿Quien es el que tiene más suerte de esta cantina?.
- Yo, por supuesto. - Contesta Mac Lummen sin inmutarse.
El Sr Flint saca su cuchillo y se lo intenta clavar al adivino en el abdomen. Se ha equivocado y lo ha cogido por el filo. Al golpear con el mango en la tripa, se corta la mano hasta los tendones. Sale corriendo de la cantina y resbala sobre un montón de estiércol. El Sr Flint tiene mucha suerte.


Dieter Lübeck tiene las pelotas congeladas. No es broma, es de verdad. Sabe que el color debe ser entre lila y blanco. En esos momentos no puede evitar acordarse de Frank alias "el cuervo". El mote es una cosa que queda entre su imaginación y él. Ambos son de la promoción del 32. Cuando entraron el la policía urbana Frank se apresuró a formar parte del Partido. Dieter tenía la esperanza de que el payaso no llegara nunca a tomar el poder, claro que entonces todavía era estúpido y tenía esperanza en que Alemania le parara los pies. Para esas cosas , el camarada Frank siempre tuvo más vista.
Desde el comienzo, a Dieter le tocaba lidiar siempre con los asuntos más escabrosos y desagradables de la policía. Frank, en el año 35, ya trabajaba cómodamente en la Cancillería de labores administrativas. Vamos, sin dar golpe.
No fue hasta el 40 en que volvió a encontrarse con Frank. Entonces empezó a rondar por su cabeza la idea de que ese tipo era un pájaro de mal agüero, don malas noticias. Dieter acababa su ronda y se dirigía por la Applestrasse hacia su pensión.
- ¡Qué pasa Dieter! - escuchó a sus espaldas.
Allí estaba Frank, con su cazadora de cuero negro y esa sonrisa entre cínica y burlona.
- Hombre... Frank, cuanto tiempo - le contestó Dieter con cara de fastidio.
- Ya te has enterado ¿no?. - sonriendo, siempre sonriendo. O riéndose de Dieter, que nunca se sabe.
- ¿Enterarme?, ¿de qué?.
- De que disuelven vuestra unidad y os envían al frente.
- ¿Pero qué dices?. Yo soy funcionario de policía , como tú. Alguien tiene que serlo.
Frederick le hizo un gesto negativo con la cabeza.
- No, estas funciones las asumiremos nosotros. Pensaba que ya teníais la notificación.
- ¿Y porqué a mi y a ti no?. ¡Ah!, claro, tú eres del Partido.
- No tiene nada que ver - parecía burlarse.- Oye, que a lo mejor no.
Cuando llegó a la pensión, la notificación estaba sobre su cama.

La instrucción fue como una pesadilla para alguien que ya no era un chavalín. Fugazmente, estando en la frontera Rumano-Rusa en aquel verano del 41, se consolaba pensando en que no tenía riesgo de encontrarse con "el cuervo".

Ahora estamos aquí, en el invierno del 41 a 50 km de Moscú. Dieter mueve sus piernas para que la circulación vuelva a sus gónadas. Hay un traqueteo inquietante al otro lado del frente. La bateria antitanque a la que está asignado es inservible. Son varios los lisiados por haber explotado el proyectil en el cañón a causa del frio. El sargento de intendencia le ha vendido una metralleta rusa de contrabando, estas no se encasquillan a cuarenta bajo cero.
Un convoy se aproxima a su posición. Agentes de la policía militar bajan de los automóviles y van haciendo preguntas. Uno de ellos, el que parece estar al mando, le hace a Dieter un gesto con la mano. Es él, es el cuervo.
- ¿¡Qué pasa Dieter?! - Frank tiene la sonrisa más burlona que nunca.
- .... - Dieter hace un parco saludo a los galones de oficial que ahora luce el cuervo.
Frank lleva un fabuloso abrigo de cuero y botas de fieltro. La mayoría de los soldados del frente no tiene ropa de invierno; el Fürer dijo que la campaña de rusia acabaría antes de navidad.
- Pues nada, ya veo que estáis bien equipados. Ha habido quejas de que la tropa no tenía la indumentaria adecuada y nos han encargado venir para ver que todo está correcto.
- ¡¿Cómo que todo está correcto?! , si no fuera por le papel de periódico nos habríamos congelado. - responde Dieter con ira.
- Tuuu... tu siempre te quejas de todo - se señala "inconscientemente" sus galones por si acaso el pobre Dieter no se hubiera percatado. - Las ordenes son comprobar que todo está correcto y no hay más que hablar. En diez minutos terminaremos con lo que hemos venido a hacer y nos volvemos para Berlín que aquí hace un frío que se jode la perra.
Frank le da una palmadita en la espalda a Dieter y sigue con su "inspección".
Dieter no puede más. Cuando nadie está mirando se desliza debajo del Kubel en que ha venido Frank y corta con unas tenazas el conducto del líquido de frenos. Casi se ahoga con los gases del motor. Los automóviles tienen que estar en marcha para que no se congele el combustible.

Un enorme mugido de miles de vacas rompe el silencio nocturno. Son los llamados órganos de Stalin, unos cohetes con una mediocre carga explosiva pero que paralizan de miedo al que los escucha. El frente se desmorona al no haber nada con que defenderse. Los blindados no arrancan, los cañones no pueden disparar sin arriesgarse a explotar y las armas cortas no sirven de nada frente a las oleadas de tanques soviéticos recién salidas de fábrica. Muchos de los blindados ni siquiera tienen la última capa de pintura.
Miles de alemanes son capturados junto con Dieter. Después de absurdos interrogatorios es destinado a un campo de trabajo. Es de los menos duros y terroríficos de la URRS. Su labor consiste principalmente en el recauchutado de ruedas de maquinaria agrícola.
Van pasando los años y Dieter se ha acostumbrado a la rutina. Un día, camino de la letrina escucha una voz.
- Pues sí, camarada Rutskoi , hace seis años mi vehículo se salió de la carretera y fui capturado. Tuve suerte, el resto del convoy fue reventado por cañones de 120mm. En fin, como yo en el fondo siempre he sido socialista, me indultaron a los seis meses y... Ya me ves, gracias a tu recomendación, ahora soy el coronel a cargo del campo.
Rutskoi no sabe que cara poner. Él es el coronel a cargo del campo. Frank parece comprender lo que piensa.
- No te preocupes, camarada, creo que te han destinado a siberia oriental, ya verás como te gusta. - Le dedica su encantadora sonrisa.
Rutskoi no sabe que decir. Fue idea suya que indultaran a Frank, le caía bien. Ahora el cabrón le ha pisado el puesto y le envían a miles de kilómetros de Gorki y su familia.
Sus ojos se dirigen a la letrina. Allí se cruzan con los de un prisionero que parece que vocaliza mientras aprieta los puños con fuerza: "mata, mata, mata...".
Algo en su cabeza le dice que el penado tiene razón. Es el gramo de locura que le falta a su desesperación. Frank está de espaldas y no oye el disparo de nagán que le atraviesa el corazón. Cuando Frank cae al suelo sin vida, docenas de cuervos se posan a su alrededor. Inexplicablemente no picotean el cadaver, parece un cortejo fúnebre que ha venido a rendirle homenaje.
El vínculo de silencio entre Dieter y Rutskoi nunca fue roto. Desde entonces no le faltaron artículos de primera necesidad como embutido y tabaco. El coronel y jefe del campo hizo lo posible para que Dieter fuera repatriado en cuanto murió Stalin.
Al volver a Berlín montó una tienda con artículos de caza. Dieter vivió feliz hasta su muerte en un asilo. Las hermanas que llevaban la institución se extrañaban de que una película pudiera impresionar tanto a nadie. Habían alquilado el DVD de "El Cuervo" y el pobre Dieter no paraba de gritar "va a volver, va a volver", antes de morir.
La suerte la perdió Frank en aquel campo de Gorki, pero los que nacieron para dar por saco no pueden resistirse a hacerlo incluso muertos, para desgracia de Dieter.

Moraleja: "Si ves un cuervo, no dejes que te ronde, retuércele el pescuezo al primer picotazo y echa sus cenizas al pozo más profundo antes de cegarlo para siempre".

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