10.10.05

SPQR HISTORIA DE GLUTEO II PARTE



Durante una hora nadie se atrevió a tocar el cadáver de Claudio. Por fin Agripina se puso en pie y dando palmadas ordenó a los criados que limpiaran la sangre y llevaran a su difunto marido a su lecho.
- Nerón, ya lo has oído, el emperador te nombra sucesor puesto que la labor de Británico es restaurar la República. - le dio un ataque de risa y aprovechó las lágrimas para avisar a la guardia.
La Guardia Pretoriana estuvo velando toda la noche, a la mañana siguiente acompañaron a Nerón con su madre y mi persona al Senado. Los senadores, podridos por el largo tiempo de agachar la cabeza ante los soberanos, rindieron toda clase de honores a mi amo. No le hicieron Padre de la Patria por que todavía era muy joven. Mi señor no les guardaría rencor por aquello, aunque inexplicablemente muchos fueran encontrando la muerte en el futuro. Séneca, un estoico íntegro como nadie, y a la sazón tutor de mi amo, ungió con unos nada fingidos parabienes la era de esplendor que se extendía ante Roma.
Perdono deudas, repartió trigo e incluso cuatrocientos sestercios por cabeza entre el pueblo. Si luego la codicia provoco un repunte inflacionista que arruinó a muchos, fue culpa de la maldad del espíritu humano.
Ademas de inquietud científica, mi amo siempre fue un artista. Por desgracias que no vienen al caso, fue instruido por saltimbanquis o gente de la farándula en su niñez, hasta que el buen Claudio le restituyó los bienes de su familia. Tocaba la lira con maestría, recitaba el griego como un oriundo de Atenas y gustaba de representar obras de teatro que ponía en escena a su manera.
Hizo traer a Terpno, el mejor arpista de la época para que tomara parte en su educación. Y así pasaron los primeros meses de su reinado.
- Terpno, ¿no es verdad que mi voz puede competir con el mejor bardo de la Galia? - le preguntó Nerón.
- Por supuesto, es digna de los dioses.
- ¿Has oído Séneca?. ¿Creéis que podría debutar en el teatro de Nápoles?.
Séneca estaba en el extremo más alejado de la sala golpeandose la nuca con una preciosa columna corintia traída de Alejandría. Junto con otra, soportaban el peso de un falso friso en el que se representaba a Vulcano poniendo los grilletes a Prometeo para su eterno castigo. Séneca siempre se sentaba en ese lugar cuando mi amo nos deleitaba con su arte.
- Ese día - dijo Séneca con voz solemne - temblarán los cimientos de la tierra por el asombro de los dioses.
- Entonces no hay más que decir. Mañana saldremos de incógnito para Nápoles.
Aquella noche vino a mi habitáculo y mientras me utilizaba para apagar sus ardores divinos me iba deleitando con todos y cada uno de los versos y cantos que regalaría a los napolitanos. En mitad de una fantástica oda al dios Pan entró su madre.
- Nerón, no crees que ya eres mayorcito para jugar por las noches con Glúteo. Octavia se queja de que tiene que dormir sola y tu debes cumplir tus obligaciones como emperador.
- Madre, no seas aguafiestas. Glúteo es el que mejor entiende mi arte.
- No, si tu madre tiene razón, deberías compartir tu sabiduría con los demás.
Y en efecto lo hizo. Compartió en mi habitación con su madre la sabiduría que había compartido conmigo. A partir de entonces, Agripina sería participe de su arte con mayor frecuencia que su esposa Octavia. A la dinastía claudia le viene de familia eso de ser cariñoso con sus parientes próximos. Agripina, después de convivir con su hermano Calígula, estaba curada de espanto.
La comitiva en la que viajábamos estrictamente de incógnito, con sus cien carretas , doscientos soldados y demás fauna, entró en Nápoles bajo un lecho de flores que la ciudadanía tiraba a nuestro paso de forma espontánea. El teatro estaba rebosante de público y los competidores eran despedidos con discretos aplausos. Desde el medio día hasta que empezó a oscurecer, mi amo enlazaba su poesía con cantos surgidos de la más bella y divina inspiración. Tocaba la lira con un estilo moderno que desafiaba la escala musical pitagórica y nos catapultaba al éxtasis con tonalidades que jamas humano alguno pensó que fueran posibles de ejecutar. En mitad de uno de sus más agudos chillidos llenos de arte, cuando imitaba en una canción pastoril el suave mugido de un buey lamentandose por no poder satisfacer a su amada, se materializó la profecía. Como el sabio Séneca había anunciado, el escenario tembló y los dioses bramaron de satisfacción. La plebe, inculta e ingrata, pensó que se trataba de un terremoto. Los desagradecidos que intentaron salir, desairando al artista, se encontraron con el justo y merecido acero de la guardia que los volvía a empujar hacia adentro.
Haciendo caso omiso de los temblores de tierra, mi amo siguió regalándonos con su magnificencia hasta que volvió a despuntar el alba. Finalmente la gente comprendió, pues dicen que cuando nos marchamos, hicieron sacrificios en todos los templos como acción de gracias. Ni que decir tiene que el jurado nombró a Nerón campeón absoluto de todos los tiempos, colmándolo de condecoraciones.

Como gran artista que era y solo por experimentar, quiso ponerse en la piel de salteadores de caminos para poder escribir una tragedia sobre las aventuras y desventuras de un ladronzuelo. Por la noche, acompañados de esclavos provistos de porras, representábamos el guión al dedillo. Entrábamos en las tiendas de los mercaderes de Roma destrozando, golpeando y dándonos al pillaje. Después, con el fruto de nuestras salidas nocturnas, subastábamos los bienes entre patricios y comerciantes. Muchos de ellos reconocían sus pertenencias, pero como sabían que mi amo lo hacía por puro afán artístico, no rechistaban lo más mínimo. Al menos, jamás se conoció a nadie con vida que lo hubiera hecho.
En una de esas salidas unos mercaderes resabiados y sin juicio, la emprendieron a pedradas con nosotros. Mi buen amo protegía mi retaguardia con tal eficiencia, que todas las piedras me dieron en la cara y ninguna en el culo. Allí tome plena conciencia de que en el cuerpo mortal de Nerón se ocultaba un Dios y no un hombre. A partir de ese día me comprometí a librarle de tan mezquina envoltura que , por modestia, se negaba a abandonar. Cuando destruyera su cuerpo mortal, su divinidad iluminaría el mundo.

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