4.6.05

AL FINAL DEL TUNEL HAY UNA LUZ



David sale de ligue al Hispano. En la barra, tres lobas beben cubatas de Larios. La más vieja es la que menos ropa lleva. A través de su celulitis, se aprecia un tanga con solera. Las otras dos son demasiado jóvenes para desear presa alguna. Ni siquiera son divorciadas, son separadas con más dudas que ganas de cachondeo, son mamás de niños horribles de tres años que se llamaran Yenifer o Adrián.
El atuendo a lo Fiebre del Sábado Noche de David es hortera, el lo sabe y es perfecto. Se dirige hacia ellas como ave carroñera que planea sobre un mulo desvencijado; todo pellejo y huesos rotos, poca carne y mucha podredumbre.
Se apoya con estilo, por ejemplo, el estilo de las morsas árticas bailando tangos, y mira de reojo a la madurita leona. Ella es gallina vieja, de las del buen caldo, le sonríe sin abrir la boca; no la vayamos a joder.
- ¿Qué te trae por aquí, pimpollo? - le entra la leona. Las separadas deciden marcharse y dejarle el paso libre. Ellas en el fondo están llenas de dudas: ¿y si mi Juan cambia y deja de currarme?, ¿y si Sebastián decide volverse limpio los Sábados, no ver el fútbol e incluso follar solamente fatal?. ¡Ah amiga!, ¿y si los hipopótamos volaran y los sapos fueran fresas?.
David es joven, veinticinco años, pero tiene la marca de la derrota. ¿Porqué esperar para ser patético?.
- Admirando la belleza y el saber estar, cariño - Sobreactúa a propósito. No pretende que no se note, todo lo contrario. Ambos saben de lo que va.
El mundo no es el de las películas, Bogart no tiene cuenta en los hoteles y en los bares. Ella no es una Duquesa venida a menos. Tendrán que ponerse de acuerdo, tendrán que pagar a medias. Bueno, a medias o como mínimo en común, que siempre puede ir uno más tieso que el otro.
Realizadas las presentaciones, intercambiadas las ásperas biografías de los dos, van a casa de la leona. El piso, sito en la calle Pignatelli ( no confundir con la avenida), es muy céntrico. Es verdad, está entre la plaza de toros, paralela al Coso y a diez minutos del Corte Inglés ( no el de los cañones, el otro). Allí pulula lo mas granado de la High Society, el castizo “mestoy quitando”, el bendito “¡Jaime, hijo de puta, ven a casa con tu madre que te mato!”.
En el cuarto de estar hay una mesa camilla sin ropa, un televisor años setenta y un sofá con cicatrices. No interesa, van directos a la cama. La cama, el camastro o la letrina de legiones de ácaros, ¿qué importa?. David se tumba a lo largo y se concentra en su fetiche, Valeria Mazza. Ella, en pie, se va desvistiendo con garbo, con una mezcla de indolencia putañera y morbo del abismo, de la muerte.
- Se te esta poniendo juguetona , corazón - le mira de soslayo.
- Vamos a bogar hacia la Atlántida, de buen rollo - Sigue sobreactuando, puesto que en la penumbra ve a la modelo, no a lo cotidiano.
Ella está desnuda y avanza a cuatro patas hacia el chaval. Restriega sus callosas manos sobre sus jóvenes muslos y le da un rápido lametazo en la punta de su estatua. David cierra los ojos, no se le vaya a romper el hechizo de su musa argentina. Hay que echarle mucha imaginación, pues en el fondo sabe que el tacto de Valeria no debe ser igual. Si la Mazza es rosa, esta es gris, a lo sumo gris marengo. Nunca ha sabido que leches de color es el gris marengo, pero debe ser así.
Si la pone a cuatro patas y se la folla a lo perrito, quizás, si no la toca demasiado, pueda mantener la ilusión. En el fondo, tanto el como ella, no están follando; se están masturbando mutuamente. Cada uno con sus sueños, olvidando la derrota, el fracaso y el hastío.
Abren la puerta de la calle.
- ¡Mamá! - dice la intrusa.
- ¡Joder!, vístete rápido que es mi hija.
David se atropella con sus calzoncillos, se cae al suelo y recibe una patada de reproche de la loba. En tiempo récord salen del dormitorio con cara de Jueves. En la salita está Clarita. David es elevado a las alturas. Es un clon más joven y turgente de su diosa, santa Valeria.
-¡Clarita, hija!, ¿Qué haces aquí? - Mira a su hija entre el amor y el cabreo.
- No aguanto más en casa de la tía, no aguanto al tío. - pone cara de fastidio.
Va vestida como suelen hacerlo las jovencitas. El talle del pantalón a la altura del vello púbico, el ombligo saludando. Si estornuda se le ven las bases de sus pechos. Firmeza núbil con luz propia que resucitaría a los castrati y al ornitorrinco.
- Este es David, un compañero de la escuela de adultos que ha venido a estudiar - No cuela ni de coña, piensa.
Pero afortunadamente, en este planeta todo el mundo finge. Desde que se nace es lo primero que se aprende. Nadie que no haya aprendido a hacerlo ha sobrepasado los tres años de edad. Sencillamente es incompatible con la vida.
No hay que confundirlo con aquellas personas que dicen de si mismas que son muy sinceras:
- “Si, hija. Perdona que te diga, ya sabes que yo soy muy sincera, pero tu novio tiene muy poco estilo y es...” .
No, no os perdonamos, fantoches. Viven en la mayor ficción de todas. David es un buen tipo, es cabal y sabe fingir. Pero ¡nts!, la testosterona, la carne, le hacen cometer un error de protocolo. La loba prepara café y cuando se dirige hacia la salita, ve a David ligando descaradamente con su hija. No es un tonteo, en sus ojos brilla verdadera veneración y en los de su hija la certeza del poder, del dominio. La mirada de Clarita sería confundida por los inexpertos como de lujuria, pero como ya hemos dicho, es un placer más allá de lo sexual y más potente. Tiene la certeza de poder dominar al pelele con el más mínimo ademán.
La loba vuelve sobre sus pasos. Creía a David más maduro. Piensa que lo que ha visto es la descarada descortesía que tenía su marido, ¡que el infierno confunda!. Iñigo, el cabrón que tuvo que aguantar diez años, miraba a las mujeres con descaro. Estas lejos de indignarse le seguían el juego, sabían que humillaban a su mujer.
Vuelve a la cocina y saca de detrás del fregadero los polvos con los que se libró de Iñigo. Ella no lo sabe, pero David no hace lo que hace con dolo. No tiene opción, es cautivo de la simetría y la belleza. El mismo sentimiento que inspira el arte, que hace grande a Botticeli y a Bach. La leona también tiene disculpa, está cegada por el dolor sordo y profundo que le restriega por la cara, una vez más, que es de las nacidas para el asco y desengaño. Vierte el veneno en el café de David.
- Este para ti, Clarita. Este para ti, David. Y este para mi - reparte como quien lo hace al azar.
Clarita cambia rápidamente el suyo por el del joven, no le gusta el café tan oscuro. Su madre lo advierte y reacciona con rapidez volcando la mesa camilla. Tanto la hija por conocimiento, si no colaboración , de lo que le ocurrió a su padre, como David por intuición, comprenden. La tensión se ha venido abajo y los seres humanos se reconocen. La noche es apacible, saldrán de paseo. En el portal, el yonki les saluda. Quedan pocos y a los que no mató el SIDA ni la hepatitis B se les ve como viejos Don Quijotes en busca de su Dulcinea. Comparados con las nuevas faunas y la vorágine de los nuevos tiempos, resultan entrañables.
En seguida llegan al paso elevado, puerta de entrada de la Avenida Madrid, desde el que contemplan, en complicidad y en silencio, las amarillas luces del Palacio de la Aljafería.

NOTA DE PERCEBE:
Palabra que la historia iba a acabar mal, pero no me ha dejado. Es que hay días
en que uno se siente tienno, ¡jo!.

2 comentarios:

Southmac dijo...

Me ha gustado mucho, hasta con el final tierno, jajaja. Menos mal que no ha aparecido Marto y los ha matado a todos con su sierra eléctrica ;)

PERCEBE dijo...

chistt!, no des nombres...